Razón entera contiene la afirmación de que el narcotráfico es el combustible que alimenta todas las guerras en Colombia, habremos de recordar que con anterioridad a que esa practica maldita se instaurara en nuestro país el conflicto se presentaba por distintos factores, pero una vez tomó posesión en la cultura nacional no ha existido manera de extirpar al mal que acongoja a los colombianos.
Amarga ha sido la experiencia que hemos tenido que padecer por cuenta del narcotráfico, pero para comprender mejor este suplicio es menester recordar, de manera sucinta, cómo fue que esa desgracia arribó a nuestro país:
Nadie podrá negar que en los genes de los colombianos está presente la laboriosidad como estilo de vida, aquí recordamos las santas escrituras en las que se expone que el trabajo dignifica al hombre, por eso quienes nos criamos en provincia y algo sabemos del campo, conocemos que nuestros campesinos madrugan con entusiasmo, trabajan con amor y dedicación y al final de la jornada tienen la grandeza de llegar con una sonrisa y un pan para su hogar; también resaltamos la obra de quienes se desenvuelven en las profesiones liberales, hemos sostenido que en Colombia tenemos a los mejores soldados, médicos, deportistas… en suma a los mejores en cada área.
Pero luego de la década de los 70 una plaga se tomó por asalto la conciencia de quienes no escatimaban un segundo de energía para obtener los recursos que dieran sustento a su vida y a las de sus seres queridos, llegó por desgracia la cultura de trabajar poco y ganar mucho, el dinero fácil que trae el tráfico de alucinógenos ilusionó a muchos trabajadores colombianos. Para la época en mención la cocaína envenenaba a las juventudes norteamericanas y europeas, pero poco después empezaría a consumirse entre los jóvenes de nuestro país.
Como era de esperarse aparecieron los monopolistas del negocio, un tal Pablo Escobar, unos Rodríguez Orejuela y otra cáfila de bandidos decidieron que serían quienes controlarían la comercialización de la cocaína en Colombia, de manera astuta pensaron en la globalización de los mercaos y resolvieron que ya no sería el café el producto de exportación nacional sino la cocaína, parafraseando a Fernando Londoño y Londoño quien sostenía que Colombia era café o no era nada, ahora podemos decir que Colombia es cocaína o no es nada.
Una vez el Estado le declaró la guerra al tráfico de drogas se configuró una alianza macabra entre los que que se autodenominaron extraditables y las guerrillas marxistas-leninistas que desde la segunda mitad del siglo pasado operan en Colombia, fue así como el 6 y 7 de noviembre de 1985 el M-19 financiado con el dinero de Escobar incendió el Palacio de Justicia, asesinando a todo lo que por su paso se opusiera, entre ellos los magistrados, quienes con valor se habían manifestado en contra de la empresa criminal de los extraditarles. Dicho sea de paso la República se salvo ese día por el valor de hombres como Luis Alfonso Plazas Vega y Hernán Mejía Gutiérrez.
Estos grupos guerrilleros que andaban disfrazados de Robin Hood se quitaron el antifaz y cobraron otras víctimas, los campesinos, a esos mismos que decían defender. Obligaron al agricultor al sembrado de cultivos ilícitos y con el auge del negocio el país llegó a tener hasta un presidente electo con el dinero del narcotáfico, fueron horas trágicas para la Nación.
Por ventura el gobierno del presidente Pastrana encontró apoyo en el gobierno norteamericano, quienes se comprometieron en el combate frontal contra el tráfico de drogas, al poco tiempo Álvaro Uribe con un ejército glorioso y mano de acero contra los bandidos emprendió una ardua lucha para combatir la cocaína y sus derivados; fue así como el país vio descender el apogeo de alucinógenos que había hundido al país en un lodazal de odios y vindictas, prueba plena de que aquello que llaman “la guerra” podía acabarse de la mano de la justicia y el imperio de la ley.
La nación iba por buen camino, estábamos ganándole la partida a los bandidos, fue entonces cuando Jun Manuel Santos valiéndose de los frutos del gobierno del presidente Uribe prometió la continuidad; la dicha duro demasiado poco, Santos se dedicó a gobernar de manera distinta a como lo había prometido, revivió a las Farc que son hoy el mayor cártel de cocaína en el mundo, el fuego de la guerra se volvió a avivar y no ha pasado una semana desde que en nuestro país han ocurrido dos masacres: Mocoa y Caucasia, en ambas el móvil es el mismo que sirve como combustible para alimentar la guerra: el narcotráfico.
Publicado: octubre 11 de 2017