La fortaleza de las sociedades humanas es la capacidad de consolidar lazos de solidaridad. Esa solidaridad empuja a las duras tareas de fundar estados. Los estados convierten la solidaridad en normas de convivencia entre las naciones o regiones autonómicas, similares a los estados federales, que tienen un territorio común, como España. Con mayor razón cuando la nación cubre y ejerce su dominación soberana sobre un territorio con elementos culturales homogéneos, como es el caso de Colombia: un solo idioma, una religión ampliamente mayoritaria, un gobierno unitario y una sola constitución.
El nacionalismo es una antigua ideología que expresa matices diferentes. Es una fobia a todo lo extranjero (personas, arte, idiomas, mercancía, etc.) porque se considera superior a otras comunidades y apela a la violencia si es del caso. También hay nacionalismo cuando un pueblo defiende sus valores y tradiciones de manera civilizada, semejante a los regionalismos colombianos. Los nacionalismos fanáticos y agresivos pueden conducir a guerras intestinas o entre Estados, como lo hicieron los nazis, que tomaron el nombre de nacional-socialismo. Corrientes nacionalistas han servido para obtener la liberación de la subordinación de diferentes tipos de imperialismo, así como otros nacionalismos han dirigido sus ejércitos para apoderarse de otros Estados mediante guerras de invasión.
Cataluña es parte significativa de España desde hace 500 años en uno de esos tránsitos de una monarquía a otra, que por utilizar sus tropas, dejaron heridas, canciones y memorias desdibujadas con huellas acomodadas para reivindicar la sangre histórica. Un instrumento mítico con aristas de verdad.
Todas las regiones-naciones españolas, donde cada una se diferencia de las demás por su idioma, gastronomía, tipo de vestimenta, vinos, producción agrícola e industrial, etc. pactaron vivir bajo un solo Estado y una sola Constitución, con ciertos grados autonómicos diferenciales. Consagraron, además, una monarquía de significado unitario y una estructura de gobierno republicano y parlamentario bajo los principios de la democracia. Esto ocurre como consecuencia de la terminación de la guerra civil, la dictadura de Francisco Franco durante 40 años y al morir este, nace un pacto que no admite secesiones ni fracturas ilegales. Una república con sus autoridades y partidos estables, salvo la aventura, no del pueblo catalán, sino de su gobierno autonómico.
Los catalanes independentistas juegan al fascismo, porque una pequeña nación con 7 millones de habitantes, ente ellos 1 millón de origen musulmán, aislada del mundo, necesitará un gobierno de fuerza para sortear, sus ciudadanos, años de sacrificio o de exilio. ¿No saben acaso que una nación “independiente” debe tener recursos fiscales nuevos con mayores impuestos para su propio ejército, armada y aviación, policía, aparato judicial, ejecutivo central, cambiar la moneda y la estructura monetaria, un cuerpo de embajadores, cónsules y burócratas, alcaldías, pensionados, hospitales, universidades, etc.etc?
Cataluña es una región donde no conocemos, a ciencia cierta, la cantidad de partidarios de la secesión, de la separación de España. Tampoco sabemos cuántos son los defensores de la unidad y del respeto a la constitución. De ahí lo acertado del gobierno de Rajoy: elecciones el 21 de diciembre del año en curso, elecciones que pudo haber convocado Puigdemont. Prefirió tirar las llaves al mar al declarar la independencia. Ahora queda como un faccioso que prefirió incendiar los ánimos y luego huir a Bruselas. Esas elecciones demostrarán, democráticamente, quien tiene la razón cuantitativa. Quien quede gobernando tendrá la tarea de aplicar la educación y la cultura para la convivencia y así obtener la razón cualitativa para todos los catalanes.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: octubre 31 de 2017