Carvalho solo quiso ser periodista. Un periodista metódico, riguroso, meticuloso, veraz, acucioso en la investigación y prudente en los juicios.
Nunca lo llamábamos por el nombre de pila, Jorge. Tal vez ese no nos parecía el signo para singularizarlo. Carvalho, en cambio, sí. Así llamábamos siempre a esa persona distinta, inteligente, cálida, con el que día a día madrugábamos para oír qué había pasado en Colombia.
Carvalho, profesional y laboralmente, sólo hizo una cosa: periodismo. Tenía una cultura muy amplia y en cualquier actividad que hubiese resuelto emprender se habría destacado. Pero solo quiso ser periodista. Un periodista metódico, riguroso, meticuloso, veraz, acucioso en la investigación y prudente en los juicios.
Hablé mucho con él. De lo divino y de lo humano. Tenía afición por la historia y como yo también suelo estar interesado en esos temas, nunca hubo ocasión para el aburrimiento. Él no era periodista de “chivas” calamitosas sino más bien de novedades interesantes que terminaban por convertirse en “chivas” imprevistas. Recuerdo que varias veces ocurrió que nuestras conversaciones radiales (yo era su invitado todos los miércoles) trascendieron a los medios nacionales. Eso ocurrió particularmente en la época en la que fui asesor del Presidente de la República. Claro, él me ponía un tema sin malicia: una reunión en la Casa de Nariño, una iniciativa legislativa del gobierno, una contradicción con algún jerarca de otro país, una operación militar -exitosa o no-. Yo le respondía coloquialmente, le contaba alguna anécdota al respecto del tema propuesto, en fin, hablaba tranquilamente de algo que yo había presenciado y al otro día se armaba un zaperoco noticioso nacional. Era que una cadena nacional se había “pillado” el cuento de mi diálogo semanal en “Carvalho y la Política”, lo grababa, y convertía en noticia lo que pudiera generarles alguna curiosidad o les resultara novedoso.
Carvalho tenía su propia doctrina sobre los rumores y prácticamente nunca se hizo eco de ellos, por más condimentados que le llegaran. Según él, trabajar sobre rumores era el antiperiodismo y una manera de convertirse en idiota útil de alguien. El propagador de rumores, decía, o tiene un interés propio particular, como por ejemplo, económico; o tiene un interés propio en general, principalmente político o religioso; o los hay que creen actuar por causas altruistas o de interés común; y hay los simple y llanamente malintencionados, que son la mayoría.
Los últimos días de Carvalho fueron el purgatorio al que están condenados los fumadores compulsivos antes de comparecer ante el Creador. Hoy Carvalho vive entre nubes de incienso celestiales, que son mucho menos dañinas que las nubes del tabaco. Lo acompañé en su último programa de las seis de la mañana del miércoles 11 de octubre. Jorge Pulgarín, su escudero de siempre, estaba al frente de los controles de Claridad, la emisora desde la cual Carvalho emitía su programa. Carvalho me estaba haciendo una pregunta o un comentario y, de pronto, se hizo uno de esos silencios que en la radio son sinónimo de eternidad. Luego oí la cortina musical que identificaba a “Carvalho y la política” y la voz de Jorge Pulgarín: ¡hable, hable usted, que Carvalho está muy mal! Nunca más habló al aire. Una escena idéntica a la que había imaginado Clint Eastwood y que protagonizó él mismo en la película Honkyton Man: un cantaautor de música Country grababa la melodía que lo haría famoso, pero en ese momento le llegó su último ataque de asfixia y su compañero lo releva para cantar la última estrofa.
Paz en su tumba. Fernando Vera Ángel y Cesar Pérez Berrío, sus colegas y amigos entrañables, seguirán haciendo historia y formando opinión todas las mañanas en Claridad de Todelar. Pero la ausencia de Carvalho sí que se nos hará pesada.
Publicado: octubre 27 de 2017