Como la mentira ha sido el común denominador del mandato de Juan Manuel Santos, su gobierno no solo será recordado como el peor de la historia política de Colombia, sino que ha desbaratado 200 años de ordenado republicanismo, que atenta contra la institucionalidad de una de las democracias más viejas del continente americano. Y el daño ha sido en todos los aspecto. Ha sido tan letal que Colombia en el futuro inmediato sólo existirá para pagar la deuda externa en que la deja sumida el gobierno Santos(se dice que para recuperar su economía se necesitarán 16 años de buenos gobiernos).
A fecha de hoy, la economía crece a un nivel más bajo que el de los siete países más pobre del mundo. Y la única “industria” que progresa es la de la economía cocalera, ya que los cultivos han crecido en un 300%, situación que generará mucha violencia cuando se quieran hacer los correctivos que el mundo solicita para disminuir el consumo mundial de cocaína, cuyo refinamiento y producción final se elevaron preocupantemente.
Colombia ha inundado de cocaína al planeta tierra. Ese es el gran legado que el premio Nobel de Paz 2016 le deja al mundo. Tanto que es posible caer en una desertificación por parte del gobierno de USA.
Ya nadie tiene que decirle al mundo las mentiras del gobierno Santos, ya nadie tiene que contarle a los miembros de la ONU acerca lo que sucede en Colombia, porque ha quedado al descubierto la enorme farsa que ha sido su proceso de paz con los narcoterrorista de la Farc. Santos sale a viajar por el mundo dando discursos llenos de mentiras, que lo convierten en el hazme reír del planeta. Y esto por ejemplo se evidenció el día de su último discurso ante Naciones Unidas. Nadie, mientras decía su retahíla de sandeces, le puso atención.
El mundo ya sabe que el acuerdo Farc-Santos ha sido el lavado de activos más grande en la historia de la humanidad, que el acuerdo es un manojo de impunidad; que crímenes de lesa humanidad, violaciones a niños y mujeres, como las víctimas de sus horrendas masacres han quedado en el olvido. Hoy, a pesar de haber gastado enormes sumas de dinero en medios de comunicación para que tapan sus desacertadas decisiones, el mundo ya sabe lo que pasa en Colombia.
Alguien tiene que decirle formalmente al comité noruego de Paz, que se hacen los de la vista gorda, que su premio Nobel 2016 no solo ha sumido a su pueblo en una división como no se tenía precedentes desde la guerra de los “Mil Días”, sino como lo revela el valiente periodista suizo Florian Schwab, el Nobel se ha dedicado a perseguir despiadadamente a sus opositores y ha desatado una cruel persecución contra ellos, aupada por magistrados de la Corte Suprema de Justicia que fueron blanco de su obsesiones y que no solo acabo con la independencia de los poderes públicos, juntándolos en uno solo como cualquier “república bananera”, sino que le puso precio a sus decisiones, cuyo comportamiento corrupto hizo metástasis en el poder judicial.
Publicado: septiembre 28 de 2017