Santos, como Ernesto Samper, nos convirtió en una vulgar narcodemocracia y la consecuencia es tremenda: Estados Unidos descertificará a Colombia.
Con Juan Manuel Santos, Colombia está transitando el mismo camino ignominioso por el que la condujo el narcopresidente, Ernesto Samper Pizano.
Cuando Santos tomó la decisión de negociar la democracia con el cartel del narcotráfico que utiliza la personería criminal, que no jurídica, Farc, no tuvo en cuenta las evidentes consecuencias que sobrevendrían.
En La Habana, su gobierno estuvo pactando con narcotraficantes igual o más peligrosos que Pablo Escobar. Creyendo que los Estados Unidos “se iban a tragar el sapo”, Santos soslayó un hecho que resulta de singularísima relevancia: todos y cada uno de los integrantes de la cúpula de las Farc tienen sendos procesos por narcotráfico en distintas cortes de los Estados Unidos.
No quiso entender que la negociación que él adelantó tuvo como interlocutores a unos vulgares extraditables.
Desde el comienzo de su gobierno, para agradar a las Farc, relajó de manera inaceptable la lucha contra el narcotráfico. Primero, suspendió la fumigación aérea de los cultivos ilícitos. Luego, cesó la extradición de narcotraficantes hacia los Estados Unidos.
Y la consecuencia fue inmediata: Colombia se convirtió en un mar de coca en el que los más peligrosos mafiosos hacen y deshacen con total impunidad. Santos, para no entorpecer su proceso con las Farc, ordenó suspender la persecución de los más peligrosos cabecillas del narcotráfico.
Al principio, su operación le salió bien, porque tenía al frente de la mesa al presidente Barak Obama, quien, valga decirlo, creyó el cuento del proceso con las Farc, al extremo de enviar a un delgado suyo, Bernie Aronson, para que atendiera las jornadas de conversaciones.
Aquel acompañamiento no fue gratuito, pues Aronson, hombre de negocios, se valió de la información a la que tuvo acceso en La Habana para favorecer sus intereses económicos.
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Pero el tablero se arregló con la victoria republicana en las elecciones presidenciales del año pasado. El presidente Donald Trump, es un combatiente vertical contra todos los eslabones de la cadena del narcotráfico y así lo ha hecho saber. Para él, son tan peligrosos los que exportan la cocaína hacia su país, como los que lavan los dólares o los que procesan el clorhidrato. Todos, absolutamente todos, están en su mira.
A comienzos de año, cuando Santos se reunió con él en la ciudad de Washington, éste aprovechó el escenario para notificar el presidente colombiano del malestar de su gobierno por el incremento exagerado de los cultivos ilícitos. Durante los últimos 7 años, las plantaciones con hoja de coca, han llegado a casi 200 mil hectáreas.
Y Trump, en ese momento, le advirtió a Santos que debía adoptar los correctivos necesarios. El presidente de Colombia, creyó que aquello no iba en serio y, para no irritar a las Farc, no movió un dedo.
El resultado no se hizo esperar: la Casa Blanca, como si estuviéramos en los años oscuros de Ernesto Samper, amenaza con descertificar a Colombia, con las consecuencias que aquello trae consigo.
Santos volvió a Colombia una narcodemocracia en la que un cartel de la mafia, de la noche a la mañana, se convirtió en un partido político que tendrá curules gratuitas en el Congreso de la República y sus cabecillas, en vez de ir a la cárcel o ser extraditados hacia los Estados Unidos, serán cobijados con el manto de la impunidad en que se constituye la denominada jurisdicción especial de paz.
La dinámica que empieza con las descertificaciones de Colombia, siempre trae efectos nefastos. Lo paradójico es que la tragedia deberá ser enfrentada por un presidente totalmente desprestigiado y por Camilo Reyes que en el gobierno de Samper era canciller de la República y en el de Santos es embajador en Washington.
Publicado: septiembre 14 de 2017