El perdón es un elemento de saneamiento personal y de convivencia. Pero la reconciliación es a otro precio.
La palabra es el más alto elemento creado por el hombre y su naturaleza. De allí nacen la escritura, el dibujo, la escultura y toda la literatura. Sin la palabra ¿qué harían los periodistas, los juristas, los sacerdotes de todas las religiones, los maestros, los locutores deportivos, los cantores y las vecinas del barrio? Varias palabras se han repetido hasta el hartazgo en días recientes: reconciliación, perdón, justicia, reparación. Sin esas palabras no se podría conocer los hechos reales que han acaecido en este país.
Ligada inexorablemente a esas palabras está otra: ofensa. La ofensa es el acto de agredir al prójimo de manera física, por ejemplo con un puñal. Agredir con la palabra escrita o verbal. No se puede agredir al prójimo con el pensamiento. Un mal pensamiento suele calificarse, en religión, como un pecado: no desear la mujer del prójimo, pero no es un delito. Cuando una ofensa adquiere la condición de delito entramos en el campo político, es decir, el espacio público, el espacio de la sociedad. Ese tipo de ofensa, cuando tiene la gravedad de un asesinato, un secuestro, una violación, alcanza a herir, a ofender toda la sociedad. Esta crea y aplica, entonces, la ley penal, no solo como castigo, sino como medio intimidatorio para quienes tengan la intención de ofender o agredir.
En esos momentos nacen los conceptos de víctima y victimario, ofensor y ofendido, reparación a la víctima, perdón del ofendido para el ofensor, reparación del daño causado por el victimario, reconciliación entre las partes como forma de prevenir la repetición de la ofensa, del delito. ¿Quiénes cobijan este proceso descrito? ¿Quién define la verdad de los hechos narrados por los actores o por las pruebas presentadas? La ley y el juez o magistrado.
Si a una ofensa como matar al prójimo, como secuestrarlo, envenenar el agua y los alimentos del prójimo no es sometida a la justicia ¿con cuáles argumentos, en una comunidad democrática y civilizada, van a solicitarle al prójimo ofendido, que calle y se acoja a la reconciliación? El perdón se concede al victimario porque lo pide o por decisión unilateral del ofendido. El perdón es un elemento de saneamiento personal y de convivencia. Pero la reconciliación es a otro precio.
En primer lugar la piedra sustancial de la reconciliación es la justicia. Ella es la que da al César lo que es del César. En segundo lugar la reconciliación es entre la víctima y el victimario o los victimarios, entre ofensor y el ofendido, entre el sindicado o condenado y el demandante de justicia. Un ciudadano corriente no inflige ofensas a otro prójimo ciudadano, salvo casos de vecindad o familiar que no son delitos, sino infracciones. Un ejemplo: el suscrito autor de este artículo nunca ha ofendido a James Rodríguez ni tampoco al contrario. Quien lee este artículo con seguridad no me ha causado un daño y creo que no ha sucedido tampoco a la inversa. Y así son las relaciones normales de los 48 millones de colombianos, excepto unos 30 mil entusiastas guerrilleros y sus brazos políticos. No obstante el gobierno, el nuncio, el cardenalato, los grandes empresarios, los partidos enmermelados y la ONU nos piden que todos los colombianos debemos reconciliarnos entre nosotros mismos, como si todos nos hubiéramos agredido a bala y puñal al cinto.
Para llegar a este punto de la bendita palabra reconciliación, extendida por la república entera como la solución a la violencia, hemos sido sometidos, por los dueños del laboratorio “La Prosperidad”, a un ungüento milagroso: que todos somos víctimas. Y como no hay víctimas sin victimarios, también todos somos victimarios. Un Estado entero con un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados, un descarriado país de empedernidos victimarios, un manchón en el mapamundi al norte de América Latina, una esquina geográfica donde viven 48 millones de agresores contra sus propios prójimos. Entonces reconciliémonos, pecadores colectivos. Una mancha como el pecado original. Una mancha que cubre a todos los ciudadanos sin excepción.
Estamos en manos de una lavandería que sea capaz de limpiarnos esa mancha: Lavandería La Reconciliación. Servicio las 24 horas. Propietario: Juan Manuel Santos, S.A. (Sociedad Anónima, pero con intención de lucro). Dame la mano brother, dame la mano.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: septiembre 19 de 2017