El Papa no puede ignorar que viene a un país devastado moralmente y ha sufrido toda suerte de inclemencias.
Arthur Koestler utiliza como epígrafe de su extraordinaria novela «El Cero y el Infinito» esta frase que, según la edición en castellano que se publicó en Argentina, pone Dostoiewsky en boca de Iván Karamazov, pero en algotra parte he leído que pertenece más bien a «Crimen y Castigo».
Sea de ello lo que fuere, la cita es oportuna a raíz de la visita que el Papa Francisco hará a nuestro país en esta semana, pues se la anuncia como de índole pastoral y «dirigida exclusivamente a promover la paz y el bienestar de este país», tal cual reza una información de «El Espectador» de hoy.
Francisco viene, según ello, a hablar de la reconciliación y la misericordia. Dice Gianni La Bella en el mismo periódico:»Es que para el papa la misericordia no es sólo una virtud privada del cristiano, sino el camino político, histórico y cultural para construir una Colombia en paz».
Si estos son los propósitos de tan augusta misión, bienvenidos sean.
He dicho en otras oportunidades que Colombia padece una grave crisis espiritual. Nada más atinado, en consecuencia, que brindarle mensajes de sabiduría que eleven los corazones y orienten la solución de sus dificultades.
Estas, en buena medida, tienen que ver con la absurda violencia que hunde sus raíces en la confrontación de los partidos históricos a mediados del siglo XX, superada mal que bien por el Frente Nacional, pero continuada acto seguido por los movimientos revolucionarios, cuya barbarie dio lugar en las últimas décadas de ese malhadado siglo al surgimiento del paramilitarismo o como quiera llamárselo.
Les he explicado a mis discípulos que nuestra historia reciente está signada por una fatídica trinidad que integran la violencia revolucionaria, la corrupción política y el narcotráfico, tres entidades infernales que se han coaligado para hacer del nuestro un país paria. Otros procesos han dado lugar, además, a que sin riesgo de exageración se nos pueda comparar con Sodoma y Gomorra. Como dijo al final de su vida Álvaro Gómez Hurtado, cuyos asesinos gozan hoy de la más descarada impunidad, a nosotros no nos une un tejido de solidaridades, sino una red de complicidades.
El Papa no puede ignorar que viene a un país devastado moralmente y ha sufrido toda suerte de inclemencias. Por supuesto que en su población hay heridas morales muy difíciles de sanar, odios que tardarán años en superarse, conflictos inextricables cuya comprensión requiere de fuertes dosis de paciencia y lucidez. Es una sociedad demasiado compleja y casi ingobernable. El Estado en no pocos lugares de nuestra accidentada geografía es apenas una ficción.
Dentro de ese cúmulo de inclemencias hay que mencionar, ante todo, la brutalidad de la confrontación armada. Admitamos que de ello son responsables los promotores de la violencia revolucionaria, como también los grupos extraoficiales que la han combatido y no pocos agentes del Estado. Pero en torno de los primeros media una calificación especial, por cuanto sus crímenes atroces no son obra de las circunstancias, sino de sus convicciones ideológicas.
En efecto, el marxismo-leninismo que profesan y del que no dan muestra alguna de arrepentimiento les ha suministrado motivos abrumadores para «matar con el fin de que otros vivan mejor», como lo dijo en mala hora algún personaje de infausta recordación que ejercía como «compañero de ruta» de los subversivos.
Por eso he traído a colación a Koestler, cuya novela versa sobre los crímenes que promovió Stalin contra sus propios correligionarios en los tristemente célebres «Procesos de Moscú» en los años treinta del siglo pasado.
El marxismo-leninismo es una ideología que legitima la violencia como medio idóneo de acción política. Mejor dicho, la considera como la «partera de la historia», el motor principal del devenir de las sociedades, la ultima ratio de los procesos colectivos. Y, al tenor de ello, proclama que la misericordia es un prejuicio burgués.
El Che Guevara, cuya efigie presidió la celebración eucarística del Papa en La Habana hace unos meses, y que es visto por la izquierda, siguiendo un torpe concepto de Sartre, como «el ser humano más completo de nuestra era», resumió así su idea homicida de justicia en el famoso «Mensaje a la Tricontinental»: «El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar». (Ver El Che Guevara: una violenta, selectiva y fría máquina de matar).
¿Cómo recibirán las Farc los mensajes del Papa Francisco acerca de la reconciliación y la misericordia, si no han renunciado a su ideología marxista-leninista, ni a la combinación de las formas de lucha que la misma profesa, ni al odio llamado a convertir al ser humano en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar?
El Papa trae consigo un mensaje fundado en las enseñanzas evangélicas. Pero a los comunistas de las Farc probablemente les entrará por un oído y les saldrá por el otro, pues el enemigo número uno de su ideología marxista-leninista es precisamente la religión, que para aquella es la fuente principal de la alienación humana. Por eso, cuando llegan al poder la persiguen sin contemplaciones.
Resuenen todavía en mis oídos las elocuentes palabras de S.S, Pablo VI cuando en 1968 habló en Bogotá: «La violencia no es cristiana, ni es evangélica».
Tomo de su discurso de apertura de la segunda conferencia del Celam el siguiente párrafo que cobra hoy nítida actualidad:
«Cristianismo y violencia
Si nosotros debemos favorecer todo esfuerzo honesto para promover la renovación y la elevación de los pobres y de cuantos viven en condiciones de inferioridad humana y social, si nosotros no podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos de un mismo país, sin poner en acto un plan efectivo para remediar las condiciones insoportables de inferioridad que frecuentemente sufre la población menos pudiente, nosotros mismos repetimos una vez más a este propósito: ni el odio, ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad. Entre los diversos caminos hacia una justa regeneración social, nosotros no podemos escoger ni el marxismo ateo, ni el de la rebelión sistemática, ni tanto menos el del esparcimiento de sangre y el de la anarquía. Distingamos nuestras responsabilidades de las de aquellos que por el contrario, hacen de la violencia un ideal noble, un heroísmo glorioso, una teología complaciente. Para reparar errores del pasado y para curar enfermedades actuales no hemos de cometer nuevos fallos, porque estarían contra el Evangelio, contra el espíritu de la Iglesia, contra los mismos intereses del pueblo, contra el signo feliz de la hora presente que es el de la justicia en camino hacia la hermandad y la paz.»
Quiera Dios que las palabras que tiene preparadas el papa Francisco para esta visita apostólica caigan, como la buena semilla del sembrador, en terreno abonado.
Conviene recordar que la misericordia divina no conoce más límite que el endurecimiento del
pecador (Isaias 9, 16; Jeremias 16, 5. 13).
¿Cuán dura será la cerviz de aquellos a quienes irán dirigidas las palabras del papa Francisco en su visita a Colombia?
Publicado: septiembre 7 de 2017