A pocos segundos de habernos despedido los colombianos del Papa Francisco, ya muchos estamos llenos de nostalgia y a la vez de alegría. Nostalgia, porque su ausencia se empieza a sentir con tristeza, pues paralizó el país para llenarlo de motivación y de esperanza, y de alegría, porque sembró en todos la semilla de la reconciliación a través del amor.
Como lo escuché en una magnifica composición para la visita del Santo Padre, Colombia es un país que ha llorado y un país que ha reído. Por ello, cada una de las palabras, de los gestos y sobre todo de las acciones de profunda entrega del Papa Francisco, nos han invitado a la reflexión sobre lo que cada uno de nosotros es, lleva y propone para su vida y para los demás.
Nos fue hablando poco a poco a todos, nos reafirmó la necesidad de unirnos para trabajar por los más pobres y nos recordó que la inequidad es la raíz de todos los problemas sociales.
A los jóvenes con gran motivación, les convocó a mantener su alegría, en su cercanía con Jesús y con los otros. Les reconoció su capacidad de perdonar, de no dejarse enredar por historias viejas, de no repetir acontecimientos de división atados a rencores. Y, a manera de dialogo, les invitó a decir a todos juntos, la intención de orar al Señor para sanar sus corazones.
A niños, jóvenes, adultos, ancianos, todos, nos invitó con su dulzura, a ser portadores de esperanza, a conseguir que las dificultades no nos opriman, que la violencia no nos derrumbe y que no seamos vencidos por el mal. Nos invitó a todos, a navegar mar adentro sin miedo y sin temor; unidos como discípulos, para alcanzar a través del amor, bienestar y prosperidad.
A todos los obispos de América Latina, a quienes llamó hermanos, les convocó a perder los miedos. Miedos que no vienen de Dios, que inmovilizan y retardan la acción. Les invitó a poner el corazón en todo lo que hagan, con pasión de joven enamorado y de anciano sabio, para transformar las ideas en realidades, a través de la continua peregrinación. Les recordó a Santo Toribio de Mogrovejo, quien en 24 años de episcopado, pasó 18 entre los pueblos de su diócesis.
A las víctimas, les reconoció amorosamente, su valor y coraje, por superar la tentación de la venganza. Les agradeció su capacidad de aceptar tantos abusos, y por su humildad en reconocer su dificultad para lograr perdonar.
A todos los colombianos, nos recordó, la necesidad de contar con instancias donde se haga justicia, se brinde a las víctimas el conocimiento de la verdad, el daño sea reparado, existan acciones para evitar que se repitan los crímenes, y se conozca la verdad sobre los niños reclutados y las personas desaparecidas.
Nos sentimos, felices y agradecidos por la presencia del Santo Padre en nuestro país. Por su amor y entrega; por mostrarnos a través de estos cinco días, lo q hacia Jesús en su diario vivir: Enseñar, predicar, hablar de Dios, cuidar con amor y ternura de su pueblo, para que seamos felices y nuestra vida tenga sentido.
El Santo Padre, nos reafirmó durante su visita, como cuando somos objeto de cariño, de amor, de buen trato, nos volvemos mejores personas. Entre más amor recibamos de los demás, podemos volvernos más tratables, y no tratar mal a nadie, ni con dureza ni ofensivamente. Podemos cuidar cuidadosamente; aceptamos cuidar y ser cuidables.
Finalmente, la actitud frente al golpe que recibió el Santo Padre, durante su recorrido por los barrios marginados de Cartagena, reflejan su profundo sentido de servicio, al cual quisiéramos llegar muchos. Su ejemplo de asumir la situación con alegría, continuar con todo el recorrido y la agenda prevista, son gestos y acciones preciosas, para animarnos como nos lo expresó en varias oportunidades, a poner la mirada en quienes son excluidos, marginados, y no cuentan para la mayoría o son postergados y arrinconados. Nos recordó nuevamente con ello, lo que nos repitió durante estos cinco días en Colombia: Todos somos importantes. ¡En la diversidad está la riqueza!
Publicado: septiembre 11 de 2017