Si el Papa viene a Colombia, según dicen por ahí, a darle un espaldarazo al acuerdo que celebró Santos con las Farc, es porque no lo ha leído; si lo leyó, no lo entendió; y si lo entendió, participa del propósito de entregarnos a manos de una brutal banda que no solo es marxista-leninista, con todo lo que ello entraña, sino narco-terrorista.
Cosa distinta sería que viniera trayendo consigo el mensaje de Fátima, que pide conversión, arrepentimiento, expiación y oración.
Hace poco escribí que de hecho viene a Sodoma y Gomorra, dado que la nuestra es una sociedad cuyos valores cristianos van en vía de práctica desaparición y ha conocido en la últimas décadas unas calamidades morales de tal índole que han resquebrajado del todo lo que Marco Palacios llamó en un escrito que conviene evocar de nuevo aquí: «La delgada corteza de nuestra civilización».
La nuestra, como sucede en otras latitudes, es ante todo una profunda crisis moral, y el supuesto «Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera» no es otra cosa que una deplorable manifestación de dicha crisis.
La paz constituye, desde luego, un valor de la más elevada jerarquía. No en vano está en el centro mismo del Evangelio:»Mi paz les dejo, mi paz les doy»(Jn. 14:27), dice el Señor. Pero, acto seguido, especifica: «La paz que yo les doy no es como la que da el mundo».
Preguntémonos, entonces, si la paz de que habla el documento Santos-Farc viene de lo alto o, por el contrario, es la engañosa que ofrece el mundo.
La paz que ofrece el Reino de Dios procede de la armonía de cada persona consigo misma, con el prójimo, con el medio social y el medio físico que la rodea, y con el propio Dios. Esa armonía es el tema central de la ética, que identifica las reglas adecuadas para la realización espiritual del ser humano, es decir, las que lo llevan a trascender de su estado meramente natural hacia instancias superiores que lo acercan a Dios. Claude Tresmontant lo ha dicho con todo el rigor que corresponde: el mensaje de Jesús de Nazareth invita a la divinización del hombre, a ser perfectos como el Padre Celestial lo es (Mt. 5:48).
La paz, así concebida, es obra del espíritu, que actúa según la verdad y la justicia.
Cosa muy distinta es la paz que da el mundo, en la que se pone de manifiesto el «Padre de la Mentira»(Jn. 8:42-44). Es una paz aparente, mal fundada, hija de la seducción, del engaño, de la componenda, de la traición, del entuerto.
¡Qué duda cabe de que lo acordado por Santos y las Farc adolece de todos estos vicios!
Es un documento torticero, contrario no solo a derecho, sino a la verdad y la justicia. La mentira campea a todo lo largo y ancho de sus 310 páginas. Basta con leerlo y examinar el modus operandi de su elaboración y su imposición. (Vid. Acuerdo final para la terminación del conflicto)
En unas desafortunadas declaraciones previas al plebiscito del 2 de octubre, en el que el pueblo colombiano rechazó ese artero documento, el Papa se atrevió a decir que «Santos se la juega toda por la paz» (Vid. El viaje de Francisco a Colombia no está relacionado con los acuerdos Santos-Farc). Ojalá la prudencia lo invite a reflexionar ahora sobre este tópico y le aconseje que no se la juegue toda por ese Nuevo Acuerdo Final (NAF), que es resultado de la cobarde o cómplice claudicación de Santos en aras de la obtención de su ansiado Premio Nobel de Paz, y de una audaz maniobra de las Farc, el «Gambito de Dama» a que me referí en mi último escrito para este blog.
«De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno», es un dicho de sobra repetido que el Papa parece desafiar a cada rato.
Sus recientes declaraciones sobre la invasión islámica a Europa han desconcertado a tirios y troyanos en el viejo continente, tal como puede leerse, por ejemplo, en este artículo publicado por Boulevard Voltaire, un medio que suele simpatizar con las posturas católicas: bvoltaire.fr
Ahí se le acusa de poner en peligro la seguridad de todos los europeos, que sufren hoy la amenaza del terrorismo musulmán.
¿Ignora, en lo que a nosotros atañe, que el NAF nos pone ad portas de la instauración de un régimen totalitario y liberticida de inspiración marxista-leninista, controlado por una mafia narcotraficante, que según pregonan sus propiciadores traerá consigo la imposición de la ideología de género y, en consecuencia, la persecución soterrada a quienes creemos en el Evangelio?
Es verdad que el Evangelio nos invita a perdonar y olvidar las ofensas, así como a ser misericordiosos y pacientes. Pero la Sagrada Escritura nos habla de mantenernos alertas frente a las asechanzas del Demonio (V.gr. Efesios 6:13-18). Y San Pedro nos advierte: «Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quien devorar» (Pedro 1:58)
Las Farc son maestras en el arte del engaño. Bueno sería que el actual ocupante de la Sede de San Pedro viniera a prevenirnos contra sus aviesos propósitos.
Publicado: agosto 31 de 2017