La ex fiscal venezolana Luisa Ortega Díaz es una de esas funcionarias que de la noche a la mañana se convierte en heroína cuando antes había sido victimaria.
No dudo que ahora esté diciendo la verdad sobre la corrupción rampante que reina en el gobierno de Nicolás Maduro, pero no debe olvidarse que durante años fue una defensora a muerte del régimen chavista.
Hace 10 años fue nombrada fiscal por una Asamblea Nacional cuya mayoría obedecía ciegamente las órdenes del fallecido presidente Hugo Chávez.
Desde entonces Ortega Díaz cohonestó con los atropellos de Chávez y del chavismo contra sus opositores. Hasta antes de caer en desgracia llevaba una vida cómoda, como suele suceder en todas las dictaduras, es decir, mientras se sea fiel al régimen el funcionaria –en este caso la funcionaria– adquiere una especie de invulnerabilidad que solo el dictador puede dar por terminada.
Y como para variar, apenas se marchó de Venezuela junto con su esposo, un diputado oficialista, se vino para Colombia a hablar de lo divino y de lo humano. Entonces Juan Manuel Santos, el nuevo peor enemigo de Maduro, le ofreció asilo.
Nadie se opone a que a Ortega Díaz se le conceda el asilo en nuestro país porque en el suyo puede ser encarcelada o incluso asesinada. Sin embargo, no se pueden pasar por alto los abusos del régimen de Miraflores ante los cuales “la nueva heroína de América” calló.
Parece que ya pocos recuerdan la forma como Chávez se empotró en el poder en los últimos seis años de su gobierno –hasta su muerte en marzo de 2013.
El tal coronel aplastó la democracia con una cantidad de elecciones amañadas en las que, obviamente, siempre fue el vencedor. Metió a la cárcel a sus rivales políticos. Cometió delitos contra el Estado venezolano al regalarles el petróleo a aquellos países que acompañaban su enloquecida causa. Y les dio cabida en territorio venezolano a los cabecillas de las bandas terroristas colombianas de las Farc y del Eln.
¿Qué hizo Ortega Díaz para evitar todos esos desmanes de su fallecido jefe? Nada, absolutamente nada.
Adicionalmente, durante tres años la hoy ex fiscal venezolana fue fiel mandadera de Maduro. Solo hasta marzo pasado empezó a hablar de que el dictador en mención estaba rompiendo el orden constitucional de su país.
En la era Maduro, por ejemplo, fueron enviados a prisión políticos de la importancia de Leopoldo López y Antonio Ledezma y Ortega Díaz no hizo ni dijo nada para impedirlo. ¿Acaso una mujer con su preparación académica no se daba cuenta de que en su país se estaba afianzando una de las peores dictaduras de que se tenga noticia en la historia del continente?
Bienvenidas las declaraciones de Ortega Díaz contra Maduro, Diosdado y compañía. Nadie pone en duda su palabra cuando ha afirmado desde el exterior que los mencionados sujetos recibieron decenas de millones de dólares de Odebrecht.
Dudar de eso sería como dudar de que el gobierno de Santos está untado hasta más no poder con las coimas de esa corrupta empresa brasileña.
Guardadas las proporciones –por la importancia de su cargo–, la historia de Ortega Díaz me recuerda a la de un reciente ex director del CTI de la Fiscalía colombiana que cuando dejó el cargo le dio por criticar el gobierno –léase el de Santos– al que tanto le había colaborado y obedecido gracias a las órdenes de sus jefes Eduardo Montealegre y Jorge Fernando Perdomo.
Los funcionarios tienen que ser como las casas sin cuota inicial: de una sola pieza. Eso de que “hasta ahora me doy cuenta” de las inmundicias “de mis jefes” no se lo cree nadie.
Amén de todo lo anterior, lo único positivo que deja la historia de Ortega Díaz es que a lo mejor su “voltereta” será un granito de arena para tumbar el régimen de Caracas que cada día cobra más y más víctimas mortales.
¡Qué pesar de Venezuela! ¡Qué pesar de su democracia! Como andará de mal que ahora la oposición tiene que elevar a la calidad de heroína a la que otrora fue su persecutora.
Publicado: agosto 25 de 2017