Al momento de cerrar este escrito, la cifra de víctimas mortales por el atentado terrorista del Estado Islámico en la ciudad española de Barcelona ascendía a 13 y los heridos a más de 100.
Una furgoneta, en la que iba instalado un terrorista, se lanzó contra los centenares de personas que se movilizaban por La Rambla. Entonces en segundos todo fue caos y dolor.
Amén del dolor por la tragedia que desde el jueves vive un país tan cercano a nuestros afectos –hace ya más de 20 años España nos acogió a mi familia y a mí después de un atentado del fue víctima mi padre en Bogotá–, es imposible pensar que el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, se disponga a dialogar con los autores intelectuales y materiales del aleve ataque en Barcelona. El mero hecho de sugerir tal despropósito le costaría el cargo en cuestión de horas. O de minutos.
En cambio, Rajoy sí se metió de lleno en nuestra política interna y cada que pudo apoyó sin rodeos el proceso de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la banda terrorista de las Farc.
“Colombia es un país aliado y amigo, y además es un país soberano para decidir sobre los asuntos que le atañen. Nos han pedido ayuda y nosotros se la damos. Todo lo que está haciendo el gobierno colombiano tiene pleno encaje constitucional y legal en ese país”, aseguró en junio de 2015 Rajoy, quien estaba tan sintonizado con las negociaciones en Colombia que en su momento anunció en primicia la fecha en que Santos y las Farc firmarían la supuesta paz: 26 de septiembre del año pasado.
Estas son las contradicciones de la política internacional: mientras personajes como Rajoy se complacen con que en Colombia se les entregue el país a las guerrillas terroristas, todos los gobernantes y ciudadanos europeos cierran filas contra el terrorismo y, como tiene que ser, se niegan a reconocerle el más mínimo espacio político.
Es miserable que haya gente que piense que nuestros muertos no son como los europeos. O que las familias de nuestros muertos no se parecen en nada a las europeas. Que quede claro: el terrorismo es igual de despreciable allá y aquí. Los muertos nos duelen por igual allá y aquí.
Febrero 7 del año 2003. El tráfico en Bogotá hacia las ocho de la noche de ese día era infernal por la carrera séptima. De pronto una explosión hizo volar el exclusivo Club El Nogal. En cuestión de horas Colombia y el mundo conocieron la magnitud de la tragedia: 36 muertos y 158 heridos.
Los autores del atentado terrorista en El Nogal fueron guerrilleros de las Farc, los mismos que el señor Rajoy apoyó con sus declaraciones. ¿Hay alguna diferencia entre lo sucedido ayer en Barcelona y lo de El Nogal? Tal vez sí: que nosotros, los colombianos, esa noche del 7 de febrero de 2003, pusimos más muertos y más heridos.
Dijo Rajoy en su momento que el proceso de paz entre la administración de Santos y las Farc “tiene pleno encaje constitucional y legal en ese país” llamado Colombia.
No soy tan obtuso como para pensar que el presidente del gobierno español va a leer esta columna. Así y todo, no me molesta para nada hablarle a alguien que no me escucha ni me escuchará.
Presidente Rajoy: el proceso de paz entre el gobierno colombiano y las Farc ha sido la más descarada afrenta de que se tenga noticia contra cualquier constitución del mundo.
Aquí, en Colombia, se cambió todo el ordenamiento jurídico con tal de garantizarles impunidad a las Farc. El grupo terrorista en mención impuso en la mesa de negociación de La Habana una tal Jurisdicción Especial para la Paz, que no es otra cosa que el instrumento de esa guerrilla para que sus integrantes no pasen un solo día en prisión y en cambio sí poder judicializar a todos aquellos que durante más de medio siglo la persiguieron, la combatieron y la criticaron.
Aquí, en Colombia, se pasó por encima de todos los tratados internacionales que nuestro país ha suscrito en materia de derechos humanos. Los delitos de lesa humanidad –y eso lo sabe muy bien Rajoy– no se pueden amnistiar en ninguna parte del mundo, excepto en la Colombia que ha construido Santos en los últimos siete años.
Aquí, en Colombia, el 2 de octubre del año pasado se celebró un plebiscito para que en las urnas el pueblo dijera si estaba de acuerdo o no con los acuerdos alcanzados entre el gobierno de Santos y las Farc.
Los que votamos por el NO ganamos, contra todos los pronósticos, y a pesar de una feroz campaña estatal por tratar de confundir al ciudadano de a pie. No obstante el triunfo del NO, el gobierno de Santos impuso a las malas los acuerdos con las Farc, en claro desafío y desconocimiento a la voluntad popular.
Finalmente, que otra cosa quede clara: que no nos venga ahora nadie con el cuento de que no hay punto de comparación entre el Estado Islámico y los guerrilleros y los paramilitares colombianos. ¡Esa gente es la misma!
Publicado: agosto 18 de 2017