Concedamos que hay cierta distancia entre la afirmación de que alguien es violador de menores y la de que lo es, pero de los derechos de los menores. Con todo, al mismo tiempo habría que conceder que la segunda aclara la primera, y que en asunto que hoy está en boca de muchos colombianos, si bien no aparece prueba contundente de lo primero, si la hay y de sobra de lo segundo.
El que se dice agraviado alega que el autor de tales afirmaciones lesionó su honra. Pero, al entrar en el detalle, uno se percata de que la reputación que se considera afectada es la de alguien que se ha dado a conocer como promotor de la pornografía, algo así como un Hugh Hefner local.
Llama la atención que una horda de periodistas indignados cierre filas en favor de un depravado que ha publicado fotografías de niños desnudos y de chicas adolescentes que ofrece para el procaz deleite de la galería como nuevas «Lolitas», haciendo mofa además de valores que para la gente respetable son sagrados.
En realidad, el rasero moral de los medios colombianos es bastante bajo.
Hace algunos años, en el mismo medio de marras, se publicó una fotografía que a las claras intentaba ridiculizar la última cena de Nuestro Señor Jesucristo con sus discípulos. Imitando la célebre pintura de Leonardo da Vinci, figuraba en el lugar del Señor una damisela con el torso desnudo y, a su alrededor, una cohorte de viejos verdes que simulaban, con rostros libidinosos, ocupar los puestos de los doce apóstoles. Alejandro Ordóñez denunció penalmente a esos sacrílegos por incurrir, a su juicio, en el delito de agravio a símbolos religiosos, en este caso, de la religión católica. La justicia intentó actuar, pero se dejó venir una apabullante andanada mediática que impidió el justo castigo que merecían los protagonistas de ese estropicio.
Los grandes medios de comunicación en Colombia, así como, en rigor, su clase dirigente, se muestran cada vez más alejados no solo respecto de la Iglesia, sino de los valores cristianos. Ese alejamiento a menudo se traduce en franca hostilidad o en claro menosprecio. Y so pretexto del laicismo que consagra la Constitución, se advierte nítidamente el propósito de erradicar en todas partes los vestigios que podrían quedarnos de la moralidad tradicional.
Esta se caracteriza en buena medida por promover la protección de la familia como célula fundamental de la sociedad y encauzar ordenadamente la vida sexual. Para destruirla, la revolución cultural que está en marcha quiere a toda costa imponer el libertinaje y presentar como naturales las más aberrantes modalidades de perversión.
El que ahora se presenta como víctima de una supuesta liquidación moral es, como digo, promotor de la pornografía. Su reputación es la de un pornógrafo, y muchos de los que lo apoyan creen que esta es una actividad lúdica, amena e inocua.
Pero hay ya abundante evidencia de los daños que produce la pornografía en los individuos, las familias y la sociedad en general. Basta con entrar a la red para darse cuenta de los muchos estudios que señalan que la pornografía puede ser tan adictiva y perjudicial como la drogas. Véase, por ejemplo, Adicción a la pornografía, Ciencia de la adicción, Así en el porno como en las drogas , etc.
O sea que el pornógrafo al que con tanto ahínco defiende la elite del periodismo colombiano, no es un intelectual caracterizado por sus virtudes cívicas, sino un antisocial que ejerce un periodismo disolvente.
Que vaya tomando nota el papa Francisco: en septiembre vendrá a Sodoma y Gomorra.
Publicado: julio 20 de 2017