Podría decirse que prácticamente todos los que seguimos al expresidente Uribe en las redes sociales, sabíamos de qué iba el trino que desató la airada reacción de Daniel Samper Ospina. Era evidente que se trataba de otro “round” de esa bronca desatada desde día que el doctor Uribe le reclamó al periodista cómico, por la desagradable columna en la que de manera abusiva y denigrante se mofaba de la hija recién nacida de la senadora Paloma Valencia.
Igualmente, pienso que Samper sabía perfectamente que el expresidente Uribe, al utilizar el término “violador de niños” no se refería, ni mucho menos, al acceso carnal violento. Sabía bien que el expresidente, tal como se lo había expresado desde el comienzo del rifirrafe, cuando le dijo que con su escrito estaba “violando los derechos de una niña”, hacía nuevamente alusión a esos atropellos, a esa violación de las leyes que amparan a los menores y que él, atrincherado en ese humor corrosivo y ramplón, continuó azuzando en otra de sus columnas.
Sin embargo, como había quienes no estaban al tanto del altercado que ellos se traían entre manos, y conociendo además la calaña del personaje con el que se estaba metiendo, creo que el expresidente Uribe debió haber sido más cuidadoso con sus palabras. Pienso que le faltó precisión en el trino, para que no se prestara a malas interpretaciones, tal como sucedió.
Como vulgarmente se dice, creo que el expresidente con su desliz, “le dio papaya” al marrullero bufo que, ni corto ni perezoso se pegó de allí para armar un escándalo de marca mayor que, obviamente, tuvo eco en esa pléyade de periodistas y caricaturistas “enmermelados” y amigos que derivan su sustento de triturar sin compasión alguna, la imagen el eximio mandatario y de toda su familia.
Ojalá este episodio sirva, primero, para que le pongan el tatequieto a ese patán que disfrazado de humorista se siente autorizado para destrozar la dignidad y la honra de quien se le antoja. Un pobre diablo, que con tal de posar de irreverente y gracioso, no tiene reparo en mofarse de defectos físicos y enfermedades de la gente. Hora, entonces, de meterlo en cintura para que responda además, por las otras violaciones a la ley de menores que al parecer cometió cuando era director de la revista SOHO.
En segundo lugar, que valga para que la prensa reflexione y vuelva por sus fueros. Que recupere esa independencia que jamás debió haber perdido y que es la que le permite ser responsable y equilibrada.
Y no es propiamente con manifiestos como el del Punto Final, en el que unos periodistas exigen al expresidente un respeto que ellos mismos en ese “memorial de agravios” desconocen, como se consigue ese ideal. O, ¿acaso esos mismos que hoy salieron a rodear al bufón de marras, se manifestaron ante las violaciones a los derechos de la hija de la senadora?, o ¿dijeron algo cuando El Espectador publicó hace unos días: “Me cago en la cara de Uribe” del periodista Jorge Gómez Pinilla o, “Ya no más güevón” de Esteban Carlos Mejía, que son, como se deduce de sus títulos una ristra de atropellos, insultos y ordinarieces?
Por último, que esta experiencia sirva como diapasón para que todos afinemos nuestros trinos.
Publicado: julio 24 de 2017