El Acuerdo Final, fuera de que contiene ingredientes nocivos capaces de hacer trizas a Colombia, es hijo de la traición.
Estas palabras de Mt. 7,15, 16 ilustran sobre el escepticismo de los colombianos acerca del Acuerdo Final con las Farc.
Los colombianos no creen en estas ni en Santos, y con muy buenas razones. Ese AF, fuera de que contiene ingredientes tan nocivos que son capaces de hacer trizas a Colombia, es hijo de la mentira y la traición. Se lo estipuló a espaldas del pueblo y en contra de su voluntad expresa, llevándose de calle nuestra endeble institucionalidad. El modus operandi de su adopción y su puesta en práctica ha traído consigo de hecho el hundimiento de nuestro régimen constitucional. Si espurio fue el origen de la Constitución Política de 1991, más aún lo es el de la túnica de Neso con que ahora se pretende cubrirnos dizque para curar las dolencias de la patria y traerle la ansiada paz.
El Acuerdo Final que falazmente se quiere ubicar en la cúspide de nuestro ordenamiento político no es, en efecto, un manto sagrado, sino una túnica envenenada que suscitará por doquier consecuencias letales.
Ya se ve con entera claridad que lo acordado no es convenio regido por el espíritu de justicia que ordena dar a cada quien lo suyo, sino la vergonzosa capitulación de unas autoridades que olvidaron sus compromisos para con el pueblo colombiano para hincarse de rodillas ante un grupúsculo de narcoterroristas que dice inspirarse en los delirios ideológicos del marxismo-leninismo.
«Por sus frutos los conoceréis», dice el versículo del Evangelio que vengo citando.
¿Qué podemos esperar de esa funesta camarilla de capos que Santos ha ubicado en los umbrales del poder, que para ellos no son los de la «polvosa puerta» de que hablara el poeta, sino el orto que estimula su feroz apetito de venganza y de opresión sobre nuestras sufridas comunidades?
La venganza vendrá de manos de la fementida Jurisdicción Especial para la Paz (JEP); la opresión, de los dispositivos que el oscuro general Naranjo se comprometió en La Habana a diseñar y poner en práctica para neutralizar a quienes se considere como «enemigos de la paz», incluyendo ahí a los que se atrevan a «estigmatizar» a las Farc y sus adláteres.
Ya se habla del control de las redes sociales, para que en ellas nada se diga que moleste a Santos y sus nuevos mejores amigos. Y vendrá la extensión de las ominosas disposiciones del «delito de odio», con miras dizque a desarmar los espíritus de quienes han sido víctimas de las Farc o se sienten escandalizados ante sus innumerables y horrendas atrocidades.
¿Podemos esperar con buenas razones que la visita del Papa a Colombia logre el blindaje espiritual de un proceso que clama justicia al Cielo?
Lo que en el AF se nos pide a los colombianos es arrepentimiento, propósito de la enmienda y satisfacción de obra por haberles dado motivo a las Farc para sus depredaciones. Pero a sus capos y sus dirigentes clandestinos del PC3 no se les exige, en cambio, que pidan perdón por el mal que han hecho, ni se sometan adecuadamente a las penas que por lo mismo merecen, ni les den cumplida satisfacción a las víctimas de sus crímenes.
¿Vendrá el Papa a pedirnos que aceptemos que sean ellos quienes nos gobiernen en los tiempos venideros? ¿Se mostrará con ellos tan compasivo como lo ha sido con los verdugos de los pueblos cubano y venezolano?
Acabo de leer un libro estremecedor:»El Secreto Mejor Guardado de Fátima», de José María Zabala. ¿Cuál es ese secreto? Nada menos que la apostasía de la Iglesia, que se aproxima a pasos agigantados.
Publicado: Julio 6 de 2017