Santos volvió “trizas” las instituciones del país por complacer a un interlocutor que se aprovechó del afán presidencial.
Cuando Juan Manuel Santos decidió desconocer las razones que tuvo el pueblo colombiano para votar por él, dio inicio a una etapa de la vida nacional en la que se han vuelto “trizas” muchas de las bases que le daban estabilidad a la nación.
En primer lugar, no le importó que la gente le hubiera dado el mandato de continuar una política cuyo éxito hizo posible su elección.
Destrozó, pues, los fundamentos de la soberanía popular, que es la fuente de todos los poderes públicos.
Al actuar así lo que ha hecho es alimentar la incredulidad de los ciudadanos en un sistema que califican de mentiroso, porque quienes son elegidos incumplen los compromisos que adquieren en las campañas.
En éste caso concreto el significado de la desilusión pública es más profundo, toda vez que los electores acudieron a las urnas con la ilusión de que Santos seguiría avanzando en la batalla institucional contra el terrorismo.
El Presidente no tuvo en cuenta nada de eso.
Lo que hizo fue cambiar la política y sentarse a conversar con las Farc sin condiciones.
Durante el desarrollo de esos diálogos hizo “trizas” la deseable unidad de los colombianos en procura de alcanzar la paz.
En lugar de crear las condiciones para conseguirla, se dedicó a señalar, sin consideraciones, a todo aquel que tuviera el atrevimiento de criticar, en ejercicio de un derecho fundamental, lo que se estaba haciendo en La Habana.
Todavía se escucha el eco de las palabras acusadoras contra los “enemigos de la paz”, “amigos de la guerra”, “fascistas” y otras expresiones que utilizó para herir a la oposición democrática.
No satisfecho con dividir y estigmatizar, hizo “trizas”, también, sanas tradiciones históricas a las que habían acudido otros gobiernos en el pasado, para realizar diálogos con grupos armados ilegales sin sobrepasar estrictas fronteras.
Resolvió que había que jalarle a todo, pues tenía que firmar con Timochenko, a fin de dejar esa rúbrica registrada en la historia.
Y lo más grave es que volvió “trizas” las instituciones del país en su afán por complacer a un interlocutor que, ni corto ni perezoso, se aprovechó del afán presidencial.
Eso es en realidad lo que ha sucedido y sigue aconteciendo.
El Presidente aceptó crear una jurisdicción especial para satisfacer la exigencia de las Farc de no ser juzgados con las mismas leyes que se le han aplicado a otros.
Le dio el visto bueno a que los culpables de atrocidades sin nombre no paguen ni un solo día de cárcel.
Estampó su firma en un documento que incorpora a la Constitución de Colombia las 310 páginas de lo acordado.
Consideró que, en desarrollo del cuento del blindaje jurídico, es aceptable que todo el contenido del acuerdo sea pétreo durante 12 años, sin importar el resultado de las elecciones futuras.
No ha tenido reparos, además, para sentarse, en condiciones de igualdad, con los terroristas de tantos años, a definir textos de decretos, proyectos de ley y de actos legislativos.
De esta manera convirtió en “trizas” los procedimientos propios de la producción legislativa y las facultades que le son propias al jefe del Estado colombiano.
Recientemente, de otro lado, a raíz de una providencia de la Corte Constitucional que deja con vida todo lo malo que se ha hecho, alzó la voz, al mismo tiempo que Timochenko, para criticar a los magistrados dizque por haber atentado contra la paz.
A este punto hemos llegado.
La estabilidad de una nación depende de la solidez de sus instituciones.
Cuando éstas se debilitan, entregan o son cambiadas por otras, sin que medie una decisión democrática, el país se vuelve “trizas”.
Eso es lo que le está pasando a Colombia.
@CarlosHolmesTru
Publicado: junio 5 de 2017