La revocatoria de Peñalosa pone en el primer plano una discusión sumamente interesante desde un punto de vista teórico y de máxima importancia para el futuro de la capital y del país: ¿Hasta dónde puede llegar la impopularidad de un mandatario antes de que pueda tachársele de ilegítimo? ¿Cuándo puede asegurarse que el mandatario ha dejado de representar a la mayoría soberana que le ha elegido?
La pregunta nos debe obligar a aceptar que la revocatoria puede bien ser un elemento vital para la democracia o un cáncer de ella misma. Ya lo he dicho en este espacio antes, no creo en las revocatorias salvo en casos verdaderamente extremos de incompetencia o de indignidad. En la regulación está el secreto, en las limitaciones que se impongan para hacerla efectiva, en las condiciones que se establezcan para hacerla legítima, en los requisitos que se exijan para acreditar su conveniencia.
Sin lugar a dudas las condiciones que se exigen actualmente no son en lo más mínimo satisfactorias para hacer de la revocatoria una institución que fortalezca nuestro sistema de gobierno. Si para ganar las elecciones a la alcaldía solo hace falta sacar un voto más que el contendor que quede segundo, el requisito de recolectar en firmas el equivalente al 30 por ciento de los votos obtenidos por el mandatario a revocar, se antoja demasiado fácil. No hace falta más que recoger las firmas de los votantes que hayan apoyado a quien quede de segundo. Ante lo expuesto no es cierto entonces que baste con ganar, aunque por un voto, puesto que, en este escenario, se debe renunciar a cualquier esperanza de gobernabilidad. Para decirlo de manera más clara, tal y como está planteada, la revocatoria no es más que un mecanismo de sabotaje a la gobernabilidad que contradice de facto la elección por mayorías simples.
Ahora, ante la obviedad de la inconveniencia, y frente a los esfuerzos por cambiar parámetros demasiado permisivos, se aduce desde la otra orilla de esta discusión que no es hora de cambiar las reglas. Que los requisitos que pueden exigirse son aquellos que existían en el momento de la elección del actual alcalde, y que cambiarlos contravendría el derecho de los miles y miles de bogotanos que con su firma reclaman que el mandatario se aparte de su cargo. En derecho el argumento tiene sentido, pero palidece si se considera que una revocatoria que dañe nuestra democracia en su esencia, contraviene ella misma nuestro orden constitucional. Si yo fuera el alcalde lo primero que habría hecho sería demandar la constitucionalidad de la ley que regula la revocatoria con la que se le persigue desde la izquierda bogotana desde antes de que tomara posesión del cargo.
A pesar de lo dicho, es menester aceptar que para el pueblo debe existir una manera de revocar el poder investido por él mismo a su mandatario. Ante lo cual debemos volver a las preguntas que nos sirvieron de introducción. Primero, para aclarar que la impopularidad no debe confundirse nunca con la ilegitimidad, no puede deshacerse con encuestas el mandato que se otorgó en las urnas. Ante la segunda de las preguntas propongo que para demostrar la ruptura de la representación que permita revocar a un mandatario se hagan necesarios los siguientes requisitos: que se recoja en firmas el equivalentes al 50 por ciento de los votos totales registrados en la elección en la que haya resultado vencedor el alcalde a revocar; que el proceso revocatorio solo pueda comenzar pasado al menos un año desde que el alcalde haya tomado posesión; que se haya comprobado el incumplimiento del plan de gobierno con el que el alcalde fue elegido, y cumplido lo anterior, que la opción de revocar venza en las urnas a la opción de no revocar.
En la revocatoria de Peñalosa no creo porque no le considero ni incompetente ni indigno, y porque las motivaciones que sustentan este proceso no pueden entenderse más que como malas intenciones políticas, no creo en la revocatoria al alcalde de la capital, por inconveniente, por malintencionada y por ser falaz en los argumentos que la sustentan. La revocatoria debe ser posible, pero no debe ser fácil, so pena de convertirse en algo distinto a lo que debe ser, so pena de degenerar en lo que ha sido ésta que se ha iniciado contra el alcalde de la capital.
Publicado: mayo 10 de 2017