El 2 de noviembre de 1995, a eso de las 10 de la mañana, un comando armado y bien respaldado acabó con la vida del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado, quien se había convertido en el líder moral de la oposición al gobierno mafioso y criminal de Ernesto Samper Pizano.
El doctor Gómez, a través de sus editoriales publicados en El Nuevo Siglo, analizaba la profunda crisis que vivía la nación por cuenta de la ilegitimidad manifiesta del gobierno que había accedido al poder financiado con dinero asqueroso del narcotráfico.
Para nadie existía duda de que Samper había ganado las elecciones de 1994 gracias al influjo masivo y previamente concertado de cajas cargadas con billetes manchados de sangre, remitidas desde los cuarteles del cartel de Cali.
Buena parte de la clase política liberal estaba involucrada en aquella operación criminal. Senadores de distintas regiones del país, alcaldes, contralores, un procurador general de la nación, periodistas, dirigentes deportivos, terminaron con sus huesos en la cárcel, luego de que se comprobara que ellos también habían sido beneficiarios del dinero de la mafia.
Como un faro en medio de la penumbra, Álvaro Gómez Hurtado se dio a la tarea de guiar a la sociedad horrorizada por cuenta de la degradación a la que se había llegado. Un país que parecía haberlo visto todo, jamás llegó a imaginar que un presidente sería capaz de pignorarle la dignidad de la República a una banda mafiosa.
Si fue capaz de sellar una alianza con los hermanos Rodríguez Orejuela, Samper no tenía problemas en sacar del camino a quien pusiera en grave riesgo su permanencia en el poder. Así, de un momento a otro, su antigua amante, benefactora y confidente, la mafiosa Elizabeth Montoya, alias La monita retrechera, fue baleada en un apartamento al que acudía semanalmente a realizar prácticas de brujería.
Gracias a la acción decidida de la justicia, el grueso de los aliados políticos de Samper terminaron en el lugar que la sociedad le tiene reservado a los criminales: la cárcel. Pero uno de ellos, Horacio Serpa, pudo salvarse. Siempre, o casi siempre, los bribones logran salirse con la suya.
Desde el ministerio de Gobierno –hoy Interior-, Serpa se erigió como el escudero de Samper. En realidad, estaba defendiéndose a si mismo, pues él estaba untado hasta el cogote del dinero sucio que había ingresado a la campaña liberal de 1994.
Serpa, que fue uno de los articuladores de la banda criminal en la que se convirtió la campaña samperista, personalmente llevó dinero en efectivo en una avioneta privada a la isla de San Andrés. Tal y como confesó en la fiscalía general de la nación, Patricia Pineda quien era la coordinadora de las tesorerías regionales de aquella campaña.
Uno de los testigos contra Serpa era Darío Reyes Ariza, conductor de Horacio Serpa. Dispuesto a no encubrir a su jefe, había manifestado su voluntad de contar todo en la fiscalía. Fue citado a rendir declaración y cuando se dirigía a atender la diligencia, dos sicarios motorizados lo ultimaron a balazos.
Así procedía el gobierno criminal de la época: todo aquel que tuviera el coraje de delatar a sus cabecillas o de oponerse a su régimen mafioso, era visitado por los infalibles sicarios proveídos por la mafia del norte del Valle.
Dos bandidos al servicio de Serpa se encargaban de hacer ese tipo de “favores”: el abogado, Ignacio Londoño Zabala –conocido como Nacho- y el coronel y mejor amigo del hoy vicepresidente Óscar Naranjo, Danilo González. Uno y otro eran empleados directos de los capos del norte del Valle, particularmente de Orlando Henao.
En Colombia sólo había una persona capaz de hacer caer al gobierno: Álvaro Gómez. Era el único dirigente político con credibilidad y capital moral para obligar la renuncia y seguramente el encarcelamiento de Ernesto Samper.
Era incorruptible y por eso tanto a Samper como a Serpa sólo les quedó una alternativa para sacudirse del yugo de Gómez Hurtado: ordenar su ejecución.
Lo demás está ampliamente documentado. A pesar de las evidencias y de las confesiones hechas por personas que participaron en la planificación y ejecución del crimen, los cerebros y determinadores de este crimen, gracias a las fiscalías liberales, han logrado permanecer impunes y seguramente tanto Samper como Serpa llegarán al final de sus vidas sin responder judicialmente por aquel magnicidio
En días pasados, un empleado de Serpa –que además es hermano de un despiadado mafioso que abría el vientre de las personas para cargarlas de cocaína- le hizo un reportaje al exembajador de los Estados Unidos en Colombia, Myles Frechette en el que da una versión sibilina sobre el asesinato
Las de Frechette, son palabras al viento. En la entrevista, delata su amargura. Bueno sería para la reconstrucción de la memoria histórica que el embajador de la época fuera preciso y, con las pruebas que dice conocer, le cuente a Colombia hechos que el país aún desconoce. Que cuente, por supuesto, realmente cómo se fraguó y ejecutó el asesinato del doctor Gómez Hurtado y que revele, por ejemplo, cómo se llevó a cabo el complot urdido por Juan Manuel Santos quien respaldado por su amigo Víctor Carranza, planificó con Carlos Castaño y alias Raúl Reyes un golpe de Estado contra Samper.
Publicado: mayo 2 de 2017