Gracias a la debilidad de Santos, el Eln tiene hoy la capacidad de tomarse una brigada y dinamitar un helicóptero.
Los libros de historia narran con fruición el asalto al cuartel Moncada por parte de Fidel Castro y un grupo de 135 comunistas facinerosos que buscaban, por la fuerza, derrocar al régimen de Fulgencio Batista.
Aquella acción criminal fue la piedra sobre la que se erigió el proceso revolucionario cubano que desembocó en la brutal dictadura que hoy padece el pueblo de esa isla caribeña.
El Eln, guerrilla fundamentalista y terrorista, a lo largo de su historia ha adelantado acciones delincuenciales inspiradas en el asalto a Moncada.
Durante la primera semana de enero de 1957, 27 forajidos del Eln, comandados por alias Gabino, realizaron la toma armada del municipio de Simacota, en Santander. Asesinaron a los soldados y policías que cuidaban el pueblo, atracaron a la Caja Agraria y, claro, se robaron las armas de los miembros de la fuerza pública que aquel día fueron brutalmente torturados y luego asesinados.
Fiel a su modus operandi, el pasado fin de semana un comando terrorista del Eln incursionó en las instalaciones de la Brigada 18 del ejército, ubicada en pleno casco urbano de la ciudad de Arauca. El ataque se dio pocos minutos antes de la media noche del domingo 14 de mayo.
Lo que llama la atención es la reacción del gobierno luego del atentado en el que milagrosamente ningún soldado resultó herido o asesinado, pero sí hubo daños materiales de consideración.
LOS IRREVERENTES pudieron confirmar que un helicóptero MI-16 de fabricación rusa, fue dinamitado. La aeronave de transporte de personal estaba alquilada y prestándole servicios a la brigada que fue violentamente atacada por los terroristas del Eln.
Santos, que se ha empecinado en sacar adelante el proceso de paz con Gabino y sus secuaces, se muestra absolutamente insensible frente a los crímenes que ha cometido esa banda delincuencial que no ha dado la menor muestra de voluntad de paz. (Al respecto, lo invitamos a leer “No más mentiras”).
Desde hace 50 años, el pueblo colombiano padece un desafío terrorista. En la década de los 80 del siglo pasado, el narcotráfico, en cabeza de Pablo Escobar, creyó que con bombas, asesinatos selectivos de dirigentes de todos los niveles y matanzas indiscriminadas de civiles, el Estado haría la genuflexión.
A pesar de la sangre derramada, del dolor que padecieron miles de hogares, nuestros dirigentes de la época –con excepción de César Gaviria- conscientes de que al terrorismo debe enfrentársele, no dieron su brazo a torcer.
Santos, en cambio, se amilanó. Buscando la gloria, el aplauso internacional, el reconocimiento como el “hacedor mundial de la paz”, entregó la democracia y ahora está entregando la seguridad y las vidas de los colombianos que están a merced de la voluntad de los asesinos.
En días pasados, el director de la policía, general Jorge Nieto, dijo que para que los hombres bajo su mando no sigan siendo asesinados, les ha dado la orden de no salir. Aquel mensaje delata una situación perfectamente escandalosa: los encargados de velar por la seguridad y la vida de los ciudadanos tienen el mandato de refugiarse en sus casas y estaciones. Entonces, ¿en el gobierno de Santos, quién cuida a los colombianos?
Evitando que el país conozca los actos de barbarie, Santos no solo engaña a la ciudadanía, sino que pone en riesgo la vida de miles de personas. Con el Eln jamás habrá paz. Es una banda terrorista igual o más fundamentalista que las estructuras islamistas. Así mismo, en la última década se ha consolidado como uno de los más grandes carteles del narcotráfico, ocupando zonas que las Farc han dejado. El creciente y rentable negocio de la cocaína es razón suficiente para que el Eln jamás entregue sus armas.
Lo que se ha dado en Colombia no es un proceso de paz, sino un cambio de brazaletes. Hombres que otrora delinquían bajo las insignias de las Farc, ahora lo hacen con las del Eln.
Valga recordar que durante la aplicación de la política de seguridad democrática, la banda fundada por los hermanos Vásquez Castaño y a la que en algún momento se sumó el sacerdote Camilo Torres, estuvo a punto de desaparecer. Se estimaba que en sus filas no había más de 1500 terroristas.
Hoy, el panorama es totalmente distinto, gracias a la debilidad del gobierno Santos que permitió que en pocos meses el grupo de alias Gabino creciera exponencialmente, hasta convertirse en un verdadero peligro para la seguridad nacional, al punto de tener la capacidad de ingresar, como Pedro por su casa, a una brigada ubicada en la capital de un departamento para dinamitar un gigantesco helicóptero de transporte.
Publicado: mayo 17 de 2017