Noticias “excelentes” nos llegan a los colombianos por estos días y de todos lados.
Aparte de la “lucida” del presidente Juan Manuel Santos en la visita de la semana pasada a su par estadounidense Donald Trump, el gobierno y la justicia de nuestro país nos sorprenden “gratamente” a diario con la salida de prisión de algunos de los más “importantes revolucionarios” de las Farc.
En efecto, además de la vaciada de Trump por no haber concretado su posición sobre la conveniencia o no de la construcción de un muro en la frontera estadounidense-mexicana, el “genio” de Anapoima “consiguió” en la Casa Blanca una doble “hazaña”: que en adelante los colombianos podremos enviar aguacate al país del norte, y que el año entrante tendremos un 35% menos de ayuda de Washington para la lucha contra las drogas y, sobre todo, para temas relacionados con la paz.
Una de dos: o a Santos no le contaron cómo es el temple de Trump frente al terrorismo y al narcotráfico (Estados Unidos considera a las Farc y al Eln como organizaciones narcoterroristas), o nuestro jefe de Estado pensó que iba a llegar a la Casa Blanca a descrestar con la misma milonga con que tiene engrupido a uno que otro colombiano incauto desde hace cinco años: las negociaciones de paz con las guerrillas.
Amén de los verdaderos motivos, lo cierto en todo caso es que peor no le pudo haber ido al inquilino de Casa de Nariño en su viaje a Estados Unidos.
La verdad hasta pesar nos dio con nuestro presidente, no obstante que en algún momento “llegamos” a pensar que Trump le iba a pedir que, como actual Premio Nobel de Paz y dada su “popularidad mundial”, lo acompañara en su gira por Oriente Medio y más que todo por Roma, con el papa Francisco. Pero no fue así.
Tal vez el problema de fondo radica en que digerir las “posturas” políticas e ideológicas del gobernante colombiano es bien complicado tanto aquí como en el exterior.
Ejemplos miles, pero citemos solo uno para tratar de entender por qué a Santos todo le sale al revés: la liberación de algunos de los peores criminales que han pisado la faz de la tierra.
Hermínsul Arellán hace parte de una tenebrosa familia de terroristas con nexos con las Farc. Que se sepa, dos son sus hermanos: Fernando, actualmente tras las rejas, y el fallecido Oswaldo. También tuvo un sobrino llamado John Freddy Arellán.
La noche del 7 de febrero de 2003, por orden del secretariado de las Farc y de Hernán Darío Velásquez, alias “el Paisa”, los cuatro Arellán hicieron explotar un carro–bomba en el Club El Nogal de Bogotá. El saldo trágico: 36 muertos, entre ellos Oswaldo y John Freddy Arellán, y casi 160 heridos.
Hace un par de semanas, el terrorista Hermínsul Arellán, que había sido detenido en marzo de 2011, fue puesto en libertad gracias a esa “belleza” llamada Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), o el remedo de justicia que las Farc le impusieron al gobierno colombiano en la mesa de negociación para que sus guerrilleros o queden libres o no paguen un solo día de cárcel.
Hay otra chica de las Farc “muy especial”. Se llama Onaira Yasmín Cometa y le apodan “Shakira”. Ella tuvo participación directa en la masacre de nueve concejales que esa banda guerrillera cometió en el municipio huilense de Rivera, en febrero de 2006. Una “buena noticia” para Colombia y el mundo: “Shakira” acaba también de quedar libre por mandato de la JEP.
Y, entre muchos otros, hay un tercer caso que me encontré ayer –jueves– en las páginas en Internet de la Rama Judicial y que se remonta a febrero de 1999.
El 25 de ese mes, los ciudadanos norteamericanos Ingrid Washinawatok, Larry Gay Lahe’Ena’e y Terence Freitas fueron secuestrados por un comando del frente 45 de las Farc en los límites de los departamentos de Arauca y Boyacá.
Ocho días después, según el relato de la Corte Suprema de Colombia, en la frontera colombo-venezolana “los tres ciudadanos americanos fueron encontrados sin vida, atados de manos, con los rostros cubiertos y con varios impactos de arma de fuego en sus cuerpos… y sin los valores que llevaban consigo”.
Uno de los autores de esa monstruosidad perpetrada contra los tres indigenistas estadounidenses –amigos de la etnia colombiana U’wa– fue un criminal llamado Ángelo Alberto Cáceres Mecón, alias “el Piloso”.
Más “buenas noticias” para nuestro país y sobre todo para Estados Unidos: el 19 de mayo último a la cárcel La Picota de Bogotá llegó una boleta de libertad en favor de Cáceres Mecón por obra y gracia de la JEP.
De antemano podemos dar por descontada la “alegría” que tal noticia producirá en Estados Unidos, “sobre todo” en las familias de los tres indigenistas masacrados por las Farc. Nos imaginamos igualmente la “felicidad” que el hecho causará en la justicia norteamericana, en la Casa Blanca y hasta en el propio Trump.
No todos los días en el mundo quedan libres asesinos de ciudadanos de Estados Unidos. Eso lo debe saber muy bien Santos y eso explica, en gran parte, por qué la pereza de la administración Trump con todo lo que tenga que ver con “procesos de paz” con bandas narcoterroristas.
Publicado: mayo 26 de 2017