El martes tuve la oportunidad de experimentar ese adoctrinamiento. La Universidad del Atlántico tuvo el desatino de invitar a Santrich.
Mientras escribo estas líneas, estoy atenta a las manifestaciones en Venezuela. Acaba de morir Carlos José Moreno, de 19 años, producto de un disparo a la cabeza propinado por un esbirro del miserable dictador Maduro. Viendo esas dolorosas escenas, no puedo evitar pensar que ese muchacho tiene casi la misma edad que tiene la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez. No sería descabellado pensar que algún allegado de ese muchacho, hace 18 años, apoyó a Chávez con su voto.
El error histórico de Venezuela fue haberle abierto el camino a Chávez, que, aunque al igual que Santos en ese momento se tomó la molestia de engañar al electorado, no se demoró mucho en mostrar después sus verdaderos colores. Venezuela, igual que Colombia en ese momento, era un caldo de cultivo ideal para que las ideas del Socialismo del Siglo XXI se enquistaran peor que un cáncer terminal. Esta labor era imposible de realizar sin un adecuado adoctrinamiento de la juventud, adoctrinamiento que se ha venido haciendo en Colombia sin que muchos de nosotros nos hubiéramos dado cuenta.
El martes tuve la oportunidad de experimentar en carne propia ese adoctrinamiento. La Universidad del Atlántico tuvo el desatino de invitar a Jesús Santrich a un foro en sus instalaciones. Cuando llegué a la Universidad, lo primero que me llamó la atención fue que prácticamente no había una pared que no tuviera pintado un mural haciéndole alegoría al terrorismo. El edificio en el cual se hizo el evento tenía un par de banderas enormes que decían “Bienvenido Cte. Jesús Santrich”.
Acompañada de un amigo y dos valientes estudiantes de la universidad, subimos al cuarto piso, donde se realizaría el foro. Allí nos encontramos con un nutrido grupo de muchachos esperando al “comandante”. Pregunté que si podía entrar y me dijeron que aún no porque primero se haría una rueda de prensa. Entonces aproveché para acercarme a un organizador y conversar con él un rato. Me dijo que estaba feliz con la llegada de Santrich y que había que tener cuidado porque, según había escuchado, abajo estaban unas personas del Centro Democrático a las que no querían dejar entrar.
Llegó el momento anhelado por esos muchachos cuando entró Jesús Santrich caminando sin ayuda y saludando a algunos de sus viejos amigos con gran familiaridad, inclusive a periodistas de renombre en la Costa. Un amigo y yo logramos ingresar detrás de él. En la rueda de prensa aproveché para acercarme y hacerle una pregunta: “Jesús Santrich, ustedes dicen que el acuerdo está construido alrededor de las víctimas. ¿Por qué ustedes nunca consideraron pagar los años de condena tienen?” Su respuesta fue que si aquí mandaban a la cárcel a todos los victimarios tocaría mandar a todo el Estado a la cárcel. Yo lo dejé hablar, para que quedara el registro histórico de sus verdaderas intenciones.
Cuando terminó la rueda entraron los estudiantes, y comenzó el patético espectáculo. Casi todos se levantaron para cantar arengas previamente ensayadas a la perfección, victoreando a Santrich y a las FARC. Acto seguido habló la rectora de la universidad, dándole la bienvenida al terrorista y lamentándose de que muchos de los muchachos se hubieran ido al monte, pero alegrándose porque ahora serían recibidos con los brazos abiertos en la universidad para que continuaran sus estudios. Muchos pidieron que le otorgaran el título a Santrich, que fue estudiante en esa misma institución. Frente a mi estaba sentada la hermana del terrorista, y, como yo tenía la duda de si Santrich era completamente invidente por su forma de moverse y de caminar, resolví prender la cámara de mi celular y preguntarle que si su hermano de verdad estaba ciego. Alcancé a tocarle el hombro y en ese momento Reídin Montenegro, estudiante de la del Atlántico, saltó de su silla cuando le hicieron saber que no tendría derecho a intervenir ya que las preguntas tendrían que ser escritas en un papel y los organizadores escogerían cuales se leerían. Reídin explotó y gritó: “¡no a la democracia de papelitos!”. Inmediatamente un grupo de muchachos lo rodearon y lo agredieron. Yo pude registrar todo porque, como conté antes, tenía mi cámara prendida para grabar la respuesta de la hermana de Santrich. Algunos profesores intervinieron y le dieron la oportunidad a Reídin de hablar en el podio.
Cuando bajó del mismo, lo tomé la mano para salir de ahí. Reídin tiene 19 años, es menor que mi hija, y me sentí responsable por él. Salimos caminando junto a otra compañera y bajamos las escaleras. Cuando llegamos al segundo piso, nos alcanzaron dos sujetos que trataron de pegarle al muchacho. Yo me metí en el medio y en ese momento Reídin escapó. Salió corriendo tan rápido que se le cayó el teléfono. Seguidamente el par de sujetos la emprendieron contra mí y la otra muchacha, cuyo nombre me reservo porque también estudia en la Atlántico. Yo lo único que atiné a decirles fue que se calmaran. No niego que sentí temor pues éramos dos mujeres contra dos hombres en unas empinadas escaleras. Finalmente, las dos fieras se tranquilizaron y logramos salir ilesas.
Jesús Santrich estaba haciendo proselitismo político y adoctrinando a la juventud, sin entregar armas, sin devolver a los niños reclutados y sin dar razón de la inmensa fortuna que han amasado él y sus compinches durante sus muchos años de actividades criminales. Quisiera que alguien me explicara ¿por qué en Colombia no puede suceder lo mismo que en Venezuela?
Reídin es consciente de que su lucha es ahora o nunca. Él sabe que, si no la da hoy, dentro de unos años podría terminar llorando la muerte de uno de sus hijos como sucede hoy en Venezuela. Recuerden que es absolutamente incoherente rechazar a Maduro mientras se aplaude a las Farc que son peores que él.
Publicado: abril 21 de 2017