En una visita que realicé a la República Popular China en 2012 adquirí un libro que recopila los principales discursos de Mao Zedong a lo largo de su vida pública. En aquel libro encontré una frase que se grabó en mi mente y viene a mi memoria cada vez que pienso en las negociaciones de paz entre el Gobierno de Colombia y la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc): “no se puede confiar en la sensatez del enemigo” (1947).
A estas alturas del camino, me pregunto constantemente ¿se puede confiar en la sensatez de las Farc?, o lo que es lo mismo, ¿se puede confiar en la sensatez del terrorismo? ¿Será que el Presidente Juan Manuel Santos encontró la manera de domesticar a esta fuerza insurgente que, durante más de 50 años de guerra, perdió todo rasgo de civilidad, si es que alguna vez lo tuvo suponiendo que su origen fue político?
No creo que la guerrilla narco-terrorista de las Farc guarde hoy en día una naturaleza política de algún tipo. Durante los últimos 50 años, el país se transformó y adquirió matices cada vez más democráticos, mientras las Farc, por el contrario, sumidas por completo en el narcotráfico, asumieron un carácter cada vez más feroz e inhumano. Dicho de otra manera, cada reforma o acto de apertura del Estado colombiano, como el pluralismo político o la elección popular de autoridades locales, alcanzados particularmente con la Constitución de 1991, fueron respondidos por las FARC con actos de terrorismo y atentados cada vez más crueles contra la población civil. Véanse, por ejemplo, la toma de Mitú (1998), la masacre de Bojayá (2002) o la explosión del Club El Nogal (2003).
Es innegable que la política de “Seguridad Democrática” del Presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) llevó a la bestia al borde de su extinción. De esa manera, el sucesor de Uribe, Juan Manuel Santos, se encontró con unas FARC famélicas y próximas a desaparecer, de no ser por el oxigeno que recibían de Venezuela, Brasil y Ecuador, entre otros vecinos amantes de la “fauna silvestre” (entiéndase Foro de Sao Pablo). Muchos animales salvajes, en el estado de enfermedad en que se encontraban las Farc en 2012, aceptan la mano del humano que se les acerca y les ofrece alimento, medicinas y protección.
Han transcurrido 5 años desde entonces, en los que la bestia, continuando con la analogía utilizada, ha recuperado su lozanía y fortaleza de décadas anteriores. Otra vez ruge fuerte y se deleita con los cultivos ilícitos de droga, su principal alimento, que han alcanzado recientemente la cifra histórica de más de 188.000 hectáreas de coca cultivadas en el país (ONDCP, 2017). Podemos decir que ha llegado el momento de la verdad, estamos próximos a ver si las Farc van a conservar la correa de la institucionalidad en su cuello y se mantendrán sumisas ante el amo de turno, a pesar de que lo único que buscaban en un principio era su recuperación física y emocional.
Es una realidad que las Farc se siente cómodas con el amo Santos. Más aún, cuando éste ha mostrado su faceta más salvaje y no se sonroja, por ejemplo, a la hora de desconocer los resultados del plebiscito del pasado 2 de octubre que le exigían replantear su trato con la guerrilla. Vaya paradoja de la vida, no es el amo quien domestica a la bestia, sino la bestia quien transforma al amo y lo rebaja a su nivel, pero Santos aún se siente como el mejor domador de bestias y tiene un Nobel que así lo certifica.
Lo peor está por venir. En 2018 el amo Santos será reemplazado. El nivel de polarización que ha alcanzado el país, lamentablemente propiciado por el mismo Gobierno, nos pone en una disyuntiva. O llega un gobierno amigo del acuerdo con las Farc que desarrolle lo pactado en La Habana, o uno contrario que proponga enmiendas o incluso su desconocimiento total. Lo verdaderamente grave es que, en ambos casos, la bestia encontrará motivos para atacar.
Una versión más amplía de este artículo puede consultarse en la revista “Debates Latinoamericanos” del Centro Latinoamericano de Estudios Avanzados (CLEA).
Publicado: abril 24 de 2017