La única “virtud” de Santos es su infinita capacidad para mentir. El proceso con las Farc es una farsa absoluta.
Claro que es una farsa, una absoluta farsa. No es la primera vez que queda en evidencia el tinglado mentiroso sobre el que se erigió el proceso entre Juan Manuel Santos y los cabecillas de las Farc.
La historia de la caleta llena de armas que fue hallada por nuestro Ejército es prueba fehaciente de que las advertencias que desde la oposición hemos hecho sobre la falta de transparencia en el desarme de los bandidos, son ciertas.
La ONU, supuesta garante del proceso de la entrega de armas de las Farc, parece ser una convidada de piedra, ingenua y poco incisiva.
Durante el proceso, las Farc han mentido reiteradamente. No hay motivo para empezar a creer en esos delincuentes que no han dado la más mínima muestra de sinceridad.
Aquello es palpable, por ejemplo, en el caso de los niños reclutados forzosamente por esa banda delincuencial. He sido insistente y muchas veces repetitiva, pero no me cansaré de demandar la libertad inmediata de todos y cada uno de los menores que están en poder de las Farc.
Hace pocos días, el país se estremeció con la historia de dos niños reclutados en el departamento del Guaviare por el frente 1 de esa banda. Los jovencitos esclavizados se vieron forzados a disparar en contra de sus captores para poder fugarse y recuperar la libertad.
No hay derecho a que aquello siga ocurriendo. Nos preguntamos una y otra vez, ¿dónde está la paz? Lo que Santos suscribió fue la rendición de la democracia Colombia ante uno de los grupos terroristas y narcotraficantes más peligrosos del mundo.
La confianza en Santos y la guerrilla es inexistente. Uno y otros son unos farsantes absolutos. De la boca presidente de Colombia, es muy difícil oír una verdad. Ahora, que el dictador Maduro, en clara actitud mafiosa ha amenazado con revelar los detalles desconocidos del proceso Santos-Farc, los colombianos tendremos la oportunidad de conocer exactamente la forma como el Estado se hincó ante los criminales.
Harta razón le asistía al dramaturgo británico John Ruskin cuando concluyó que la sinceridad es la raíz de todas las virtudes.
Aquella sentencia es extremadamente útil para dilucidar la psiquis del hombre que gobierna a Colombia. Se trata de una persona cuya única “virtud” es la de ser un tramposo redomado que ha sustentado su acción de gobierno en la traición y la mentira.
Su aliado natural, con el que cogobierna, es una banda terrorista aún más tramposa que él. Aquello explica porqué nuestro país se encuentra sobre el angustiante borde del abismo.
Que este episodio de la caleta cargada de armas y explosivos, sea motivo para que la ONU adopte una actitud activa y deje de cumplir el papel de “firmona” de todo lo que Santos y las Farc digan.
Por eso, le corresponde a ese organismo ordenar que se haga ya mismo un alto en el camino para aclarar muchos asunto. El primero de ellos, que es el más relevante, es el de los niños que están en los campamentos del terrorismo. No es admisible que la guerrilla siga haciendo lo que le da la gana, con la complacencia del débil gobernante colombiano.
Es hora de ponerle punto final a la farsa que algunos llaman proceso de paz.
Publicado: abril 22 de 2017