El 1 de abril los colombianos le pasaron la cuenta de cobro a Juan Manuel Santos, a sus ministros, a las Farc y a los siete pésimos años de un gobierno que, en cifras de desfavorabilidad, lo resume todo.
Cuando nos dijeron que la paz de Santos le devolvería la tranquilidad a los colombianos nos inundaron de pavorosas noticias económicas. Un hueco fiscal de 40 billones de pesos, más de 180.000 hectáreas de coca, recorte de 1 billón de pesos al sector salud, el desempleo creció, los empresarios se van del país porque no hay en qué invertir, la producción de crudo es un desastre, 32 departamentos sin luz, agua y gas. Ni qué decir de las penosas batallas jurídicas en las que la Canciller Holguín y Santos presentan en los estrados internacionales para dejarse quitar el suelo que le pertenece a nuestro país. La cuenta de esos litigios es dantesca.
La tranquilidad sí volvió, pero no para los colombianos. Le entregaron a las Farc esquemas de seguridad, camionetas blindadas, ingentes sueldos de 1’800.000 a guerrilleros desmovilizados, zonas veredales ubicadas en Colombia, Cuba y Venezuela, entrega de armas a puerta cerrada para hacerlas llegar al ELN, permisos para asistir a conciertos como The Rolling Stones, beber mojitos y descansar en yates comiendo en los lugares más lujosos, cuando se habla de austeridad.
El sábado los millares de marchantes le hablaron al oído a Santos desde las calles con un claro mensaje que él ya conoce: “los colombianos no tienen presidente» porque el que funge dicho cargo vive en otro país tan lejano al que ufana gobernar con inexpertos ministros y un único discurso de paz en medio de escándalos de corrupción.
La almendra que le faltaba a este gobierno se completó. Odebrecht financió las campañas del 2010 y 2014 para la reelección de Juan Manuel Santos. Escandalosas cifras de costos en afiches y reuniones secretas con esa compañía develaron que el Proceso 8 mil no solo se redimió, ingresó de nuevo y de frente, no a las espaldas. El famoso: «Me acabo de enterar» no es creíble ante el material probatorio que ha presentado Santiago Giraldo y Roberto Prieto, en el cual cada declaración, que buscan defender al Presidente, lo enlodan en temas de corrupción.
Colombia marchó a paso de valiente. En medio de arengas y gritos se exigía la renuncia de Juan Manuel Santos. La apoteósica marcha del sábado dejó en las ruinas a la Unidad Nacional, los presidenciables cercanos a Santos y la maquinaria política del Partido de la U. A tardía hora salió Germán Vargas Lleras, quien también quedó salpicado de una pésima imagen de Santos, ese fue el peor coscorrón que le dio el jefe. Colombia dejó las horas contadas a Juan Manuel Santos. Ahora el discurso ya no es solo de paz ni de corrupción. El tercero y único, es el de la voz de cada colombiano que figura una realidad y un sentir diferente al que supone el gobierno encerrado en las cuatro paredes de la Casa de Nariño. Ese mismo que al unísono y con firmeza proclamó: ¡Santos, expresidente!