El encuentro hace ocho días en Florida del mandatario estadounidense Donald Trump con los exgobernantes colombianos Álvaro Uribe y Andrés Pastrana fue un duro golpe a las políticas y sobre todo al ego del presidente Juan Manuel Santos.
Aunque en las cada vez más escasas huestes santistas trataron de minimizar el hecho, y hasta intentaron negarlo, lo cierto es que Trump optó por reunirse primero con los jefes de la oposición que con el propio inquilino de Casa de Nariño que, no sobra recordar, es el actual Premio Nobel de Paz.
Es evidente que la Casa Blanca mira con preocupación la suerte de Colombia por la importancia que nuestro país representa en la región. Adicionalmente, para nadie es un secreto que Trump es sabedor de que las Farc son una organización narcoterrorista a la que el gobierno de Santos les hizo toda clase de concesiones con tal de que firmara un mentiroso y descarado proceso de paz.
Que Uribe y Pastrana incurrieron en traición a la Patria al reunirse con Trump, dijeron al unísono los simpatizantes de la guerrilla y otros grupos. Si ir a Estados Unidos a tratar de defender lo que aún queda de Colombia es una traición a la Patria, no hay duda de que la inmensa mayoría de colombianos también nos le apuntamos a tan patriótico propósito.
Aunque no se conocen mayores detalles del encuentro, tropezón, apretujon de pasillo o como quieran llamarlo, no hay que ser adivino para dar por hecho que Uribe y Pastrana pusieron al tanto a Trump de que Colombia va camino a convertirse en una nueva Venezuela. Cuando Hugo Chávez llegó al poder, todo el mundo pensó que su gobierno sería flor de un día. De eso hace más de 18 años y hoy el vecino país está sumido en el hambre, el caos y la desesperanza.
En tanto, la carta que Uribe le envió al Congreso de Estados Unidos, y que posiblemente le entregó a Trump, es una radiografía de la realidad de nuestro país. Pero no porque la haya escrito Uribe, que, para mi gusto, se quedó corto en su relato. La verdad es que es una relación de hechos tan incontrovertibles que cualquier ciudadano medianamente consciente de lo que se vive en Colombia bien pudo haber redactado la misma misiva. Veamos:
Es cierto que los cultivos ilícitos se dispararon durante la administración de Santos y que esa tragedia para Colombia solo tiene como beneficiarios a guerrilleros y narcotraficantes que, como se sabe, son la misma cosa. Es cierto que se suspendieron las fumigaciones aéreas para darles gusto a las Farc. El cuento es que el glifosato es dañino para la salud humana cuando, en realidad, ese hecho no está totalmente probado.
Es cierto que las Farc diseñaron un modelo de justicia en el que sus integrantes gozarán de impunidad y sus enemigos en cambio terminarán presos o, en el mejor de los casos, en el exilio. Es cierto que los crímenes atroces cometidos por esa guerrilla –como reclutamiento de menores, secuestro y abusos a centenares de mujeres– quedarán sin castigo con ese remedo de justicia llamado Jurisdicción Especial para la Paz.
Es cierto que los señores de las Farc podrán aspirar a cualquier cargo de elección popular, incluido el de presidente de la República, sin importar si son autores de delitos de lesa humanidad. Es cierto que la Constitución de 1991 fue sustituida por ese mamotreto de 310 páginas que suscribieron el gobierno y las Farc.
Es cierto que Santos pasó por alto el rechazo que, en el plebiscito del 2 de octubre, los colombianos les dimos a los acuerdos convenidos por él y la guerrilla. Es cierto que el gobierno, la mayoría del Congreso y la Corte Constitucional decidieron que tenían más poder que el Pueblo y que podían desconocer la voluntad expresada por éste en las urnas.
Es cierto que no ha habido claridad por parte de las Farc sobre el número de menores de edad en sus filas. Hasta ahora solo un puñado de ellos ha regresado a la vida civil cuando la realidad es que centenares de ellos fueron obligados a tomar las armas.
Es cierto que las Farc han hecho lo que les ha dado la gana con la entrega de sus armas. Es cierto que el gobierno ha hablado de una cifra de armas por deponer y la guerrilla ha respondido con otros números que representan la mitad o menos.
Es cierto que el gobierno de Caracas, primero con Chávez y ahora con Nicolás Maduro, ha sido promotor y alcahueta de las Farc y también del Eln. Es cierto que casi todos los cabecillas de esas bandas terroristas se esconden o se escondieron en territorio venezolano para evadir a las autoridades colombianas.
Entonces, si denunciar esas verdades de a puño –en Colombia, Estados Unidos o en cualquier parte del mundo– es una traición a la Patria, es muy posible que a millones de colombianos que pensamos lo mismo nos va a tocar prepararnos para ponernos las esposas y para el correspondiente encierro.
P.D. El refrán dice que el pez muere por la boca. En septiembre del año pasado, dos meses antes de las elecciones en Estados Unidos, el presidente Santos dijo a la agencia de noticias AFP que “(el expresidente Bill) Clinton fue quien inició el Plan Colombia, que fue muy útil para lograr lo que hemos logrado. Hillary (Clinton) también apoyó muchísimo estas negociaciones (con las Farc) cuando estuvo de secretaria de Estado. Los conozco a los dos y los dos son muy amigos de Colombia (…) En ese sentido, por lo que conozco, la candidata Hillary ofrece más garantías”.
Y respecto del entonces aspirante Trump comentó que sus posturas “no son muy acordes con lo que Colombia quiere de Estados Unidos y lo que Colombia ha querido del mundo entero: libre comercio, políticas de inmigración que sean convenientes para todos los países”.