En Bogotá y las principales ciudades del país, la invasión de inmigrantes extranjeros, en medio del oscuro devenir de la paz embrujada del Nobel -enredado en sus propias trampas-, no se ha hecho esperar: venezolanos, víctimas del régimen mafioso y perverso de Maduro y sus secuaces; cubanos varados, como todos los que logran salir de esa pobre isla perdida en las infamias de los Castro; y alguno que otro nicaragüense, boliviano o ecuatoriano, todos hijos de países del Alba, suscritos al Foro de Sao Paulo, se unen a una comunidad local de artistas y vendedores ambulantes que refleja la crisis de una economía que se ha olvidado de las mayorías en Colombia.
Estos individuos, sin más futuro que su esfuerzo por sobrevivir, deben rebuscarse 20 mil pesos diarios para dormir en una cama sencilla, y unos pocos pesos más para mal comer alguna cosa que se logren encontrar en la calle, mientras afinan su gastada voz, instrumento de vital importancia para subsistir: son pseudo-cantantes de ciudad, la inmensa mayoría de ellos, desprovistos de talento suficiente para llevar a cabo tan encomiable labor.
Pero existen otros cantantes, esos que no se entrenan en el arte de la interpretación musical, sino en la manera de robarse la plata del erario o permitir el ingreso de dineros “extras” -no sabemos qué tan limpios-, a campañas presidenciales, que han llevado al poder a una élite –me disculpan la crudeza- de hampones que no conoce de límites, la cual se han impuesto con la fuerza de sus matones diplomáticos ante cualquier asomo de queja o reclamo.
Estos cantantes no salen en las secciones de farándula ni son entrevistados por periodistas dedicados a la crónica rosa; nada de eso, estos individuos son parte de las portadas de los principales diarios, revistas y noticieros, así como de programas de radio, donde fungen como protagonistas de escándalos y desfalcos, que son bien tratados por los periodistas de la sección de asuntos judiciales. Nunca han sido anónimos, pues la mayoría de ellos, proviene de familias con una tradición reconocida en las regiones.
Tristemente, los “cantantes” a los cuales nos referimos, gozaron de una niñez y una juventud cómodas; incluso, tuvieron la oportunidad de estudiar en universidades de prestigio y crecer en círculos sociales de gran prestancia, con todas las facilidades laborales que ofrece el networking del poder. En otros casos, estos “cantantes” consolidaron su estabilidad económica como aliados del narcoterrorismo comunista… Pero nunca ha sido suficiente tanta providencia junta para ellos: siempre quieren más. Su ambición es insaciable.
Por lo visto, padecen de una compleja adicción, que hoy domina a quienes conforman la clase política colombiana. Es la desaforada ansia de poder, un poder que desconoce la ley, carece de auténtico liderazgo y se caracteriza por desarrollar redes de intereses particulares, triangulaciones financieras y “sofisticados tumbados”, con la finalidad de alcanzar riqueza y fama, a como dé lugar, pasando por encima del que se atraviese, en el menor tiempo posible, ojalá aniquilando las oportunidades de las nuevas generaciones.
Sin embargo, el pináculo de estas “carreras” ofrece un final opaco, pues más temprano que tarde, estos “cantantes” terminan cayendo, enlodados en sus desafinadas acciones, detenidos y señalados por la justicia. No nos llamemos a engaños: tal como vamos, sin una élite de verdad, que de ejemplo como corresponde, la única salida está en manos de los ciudadanos de a pie, que a pesar de la situación que sufren, no desean dejarles a sus hijos un mundo sin salida.
Con todo respeto: Llegó el momento de castigar a los que hoy nos azotan con sus acciones deshonestas. No podemos seguir viendo cómo el país se derrumba en nuestras narices. Eso sería suicida.
La consigna debe ser una: QUE EMPIECEN A CANTAR ANTE LA JUSTICIA LOS RESPONSABLES DEL CAOS MORAL, ECONÓMICO Y SOCIAL QUE HOY NOS ASFIXIA COMO SOCIEDAD. #QueRenuncienTodos
Publicado: marzo 22 de 2017