El Eln sigue azotando la región del Catatumbo, los disidentes de las Farc que se suponía eran 73, ya son 300 y siguen cometiendo asesinatos y extorsiones en las inmediaciones de Tumaco, y el narcotráfico creció en los últimos dos años como no lo había hecho nunca antes según demostraron los informes de la ONU y el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Las políticas del actual gobierno son tan ineficientes como demuestran ser impopulares según las más recientes mediciones.
El problema de nuestra violencia no se resuelve desmovilizando a las Farc, ni una vez desmovilizadas estas, dando todas las mismas concesiones para desmovilizar al Eln. Ni siquiera si estiráramos hasta la deformación las definiciones de conflicto armado para permitir que las Bandas Criminales se acogieran también a procesos de justicia transicional lograríamos la paz. El verdadero cáncer de la violencia en Colombia es el narcotráfico, no la subversión, ni el paramilitarismo.
En realidad, el narcotráfico que es la causa de la perpetuación de nuestra violencia a su vez un síntoma de un mal más profundamente arraigado en nuestra sociedad y nuestra cultura. Una enfermedad en todo caso más difícil de curar. La misma que da origen a la corrupción, la misma que pone un lastre al progreso de nuestra economía. La cultura del dinero fácil. El desapego por lo correcto en favor de lo conveniente. Un individualismo que como sociedad orgullosa y patriota nos cuesta reconocer, pero que estamos en mora de enfrentar.
La batalla Colombia debe darla contra estos dos males: contra el narcotráfico, para poner un freno definitivo a la violencia, y contra la cultura de ilegalidad génesis del narcotráfico mismo y de la corrupción, para quitarle el freno a la economía. Las formas de ganar estas batallas son materia de discusión y lo serán sin duda en las próximas elecciones presidenciales. Un par de candidatos de izquierda alzan ya la bandera contra la corrupción como si esta causa les perteneciera, o como si su orientación política les hubiera hecho inmunes a una enfermedad, que no ha discriminado nunca por raza, genero, ni partido político. La debacle de Bogotá por la que culpamos al actual alcalde es culpa de esa misma izquierda. Que no se nos olvide: La afiliación política no es lo que da a nadie superioridad moral.
Yo he perdido la fe en la capacidad de los estados para suprimir la siembra, la comercialización y el consumo de estupefacientes. Puede que en mi fe en el Estado haya hecho meya la mediocridad agobiante del gobierno actual para hacer frente a este mal, o puede que en efecto sea el momento de que el mundo de una mirada hacia la salida de la legalización de una manera más seria y menos prejuiciosa.
En todo caso, es imperante que tengamos claros cuales son los males que debemos combatir antes de asistir a la batalla que serán las próximas elecciones presidenciales con 19 candidatos. La corrupción ya hace parte de la agenda política, está claro, pero el narcotráfico, el narcotráfico tendrán que abordarlo más seriamente los candidatos de lo que lo ha hecho el gobierno, si es que Colombia quiere en verdad una paz estable y duradera.
Publicado: marzo 4 de 2017