La inconsistencia política y financiera demuestran que este país existe a pesar de sus leyes y de sus dirigentes.
Este es un país de locos gobernantes disfrazados de chamanes huitoto, de magos al estilo Mandrake, de fabuladores del orden público. El ministro del Interior, Juan Fernando Cristo presenta su cortina de humo para esconder el caso Oderbrecht, que salpica a su patrón. Consiste en una reforma electoral con varios puntos como el voto a los 16 años, la supresión de la vicepresidencia y otros. Al día siguiente el presidente Santos dice no está de acuerdo con esos dos puntos.
Eso significa que el presidente no habla con el ministro, que Cristo es una rueda suelta y que presidente y ministro no se encuentran en el Consejo de Ministros ni el gabinete conoce el rumbo del ministro ni del gobierno. ¿Cómo se puede gobernar un país con estas contradicciones? De tal manera que cada cual va por su lado. La opacidad del gabinete solo prende velas cuando hay contratos para firmar. Que presidente y ministro no conocen lo que el uno piensa y propone a la nación y al Congreso y no lo sepa el superior que lo contradice públicamente y el inferior no se ruboriza siquiera, es un gobierno descoyuntado.
Otro absurdo: Oderbercht, Roberto Prieto, y el fantasmagórico señor Giraldo ninguno de ellos tiene bienes en el país. Sin embargo los bancos les prestan millones sin avales a la constructora. Sus socios criollos que están en lo mismo, andan al rebusque. En cambio vaya un pequeño o mediano empresario a que le presten dinero. Entonces, estudiarán su solicitud si tiene respaldo en bienes raíces, cuenta en el banco, apellido conocido, ficha en la Dian, carta de buena conducta expedida por la asociación a la que esté afiliado, carnet de seguridad social, certificado médico, etc.
Estos ejemplos de inconsistencia política y financiera demuestran que este país existe a pesar de sus leyes y de sus dirigentes. Los colombianos, tarde que temprano, volverán por sus fueros como lo han hecho en otras ocasiones. Somos un pueblo paciente, pero no servil. La demostración que nos presenta Venezuela es contundente. Varios presidentes en ejercicio de mando y otros desde su importancia política internacional, además de la OEA, han censurado al régimen de Maduro, menos el nuestro. Santos está amarrado, impedido por sus compromisos y diálogos con las Farc y con el ELN que lo condicionan, pues la guerrilla siempre ha tenido con Maduro un nido protector.
Más aún, el gobierno colombiano desmanteló moralmente las fuerzas militares, les practicó un cercenamiento bélico-testicular y de carambola les puso cuernos a todas las organizaciones de las reservas. Por lo tanto calcular o diseñar una hipótesis confrontacional de hostilidades militares con Venezuela es la negación de la capacidad de nuestro ejército y demás armas. Todas ellas van camino de Damasco, la novísima doctrina militar donde los soldados se dedicarán a atender asuntos de desastres naturales, ecología y medio ambiente, protección a las especies en vía de desaparición, vacunaciones masivas a las comunidades indígenas, juegos y piñatas con los desmovilizados, etc.
Maduro es el dueño de las negociaciones en Quito, como Castro lo era en las de La Habana. Con trampas y claudicaciones, sin embargo, corremos el peligro de que la historia, esa solemne señora que todo lo enseña y todo lo reinventa, cuente dentro de diez años, que Santos y los generales Florez y Mejía hicieron la paz en Colombia, gratis y sin enmendaduras. Y a lo lejos se escuchará el himno que canta un soldado lisiado y triste: “yo tenía un compañero, otro igual nunca tendré…”
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: febrero 28 de 2017