Mientras pasan los años las víctimas desaparecerán del paisaje. Buena parte de ellas son herederas abintestato de las reclamaciones.
Las víctimas se tornaron invisibles. ¿Qué extraña operación de magia ha hecho desaparecer a los miles y miles de ofendidos y humillados colombianos, víctimas de las Farc y del Eln? Dedicados el gobierno, la guerrilla fariana, la “comunidad internacional”, los partidos de la Unidad Nacional, la Unidad de Memoria Histórica, el ejército de tierra, el ejército del aire, el ejército del mar, la Agencia de Inteligencia, las alcaldías, las gobernaciones, los contratistas menores, la Santa Madre Iglesia y las embajadas de los proveedores de felicitaciones, dedicados, decimos, a recibir a los “guerrillos” y a sus comandantes y a darles lo que honradamente se ganaron en La Habana, ¿ya para qué seguimos diciendo que las víctimas ocupan el centro de las negociaciones? Ahora estamos en lo importante de la agenda como es preparar el advenimiento. En Quito tampoco aparecen, sino que desaparecen vía secuestro.
Se dirá que la Unidad para las Víctimas si está funcionando. La verdad que allí laboran los funcionarios, pero sin plata o con ella a cuenta gotas. Tanto que nos pintaron el cuadro y tanto que le dimos manivela a las organizaciones de víctimas que muchas alcanzaron a profesionalizarse de víctimas.
Mientras pasan los años las víctimas desaparecerán del paisaje. Buena parte de ellas son herederas abintestato de las reclamaciones, pasando por quienes se hacen pasar por víctimas sin que el gobierno investigue a fondo su condición. El gobierno ha indemnizado inclusive a familiares de guerrilleros muertos en combate que no tienen derecho a ello. En cincuenta años de violencia revolucionaria ¿Cuántos propietarios o tenedores de buena fe han trabajado tierras en disputa, por ejemplo? Pero eso no vale la pena.
Lo que sí vale la pena es reflexionar, además, sobre la carga histórica que estamos sobrellevando los colombianos con el pecado de que todos somos culpables y en consecuencia debemos perdonarnos y reconciliarnos los cuarenta y ocho millones de habitantes, entre nosotros mismos, para purgar ese pecado.
Falsa manera de igualarnos con los victimarios. La inmensa mayoría de nosotros no hemos cometido delitos contra el prójimo en materia de delitos de lesa humanidad, ni crímenes de guerra. Podemos afirmar que tampoco hemos cometido otros delitos atroces ni el porte de armas de uso militar, ni de rebelión, ni de narcotráfico. Por lo tanto el perdón y la reconciliación son actos entre los victimarios (las guerrillas) y sus víctimas. Los demás colombianos acompañamos y respaldamos a las víctimas las cuales definirán, en sus íntimas convicciones, si perdonan y se reconcilian con sus victimarios. Lo otro es un cuento donde nos ponen en el mismo racero con los ofensores, con los victimarios.
Otro factor que se revela en estas calendas es el de estimular la memoria para que no se olviden los hechos terribles que sufrimos. También hay profesionales de la memoria que no la dejarán morir porque ese es su oficio. Ojalá no ocurra que la memoria sea el rescoldo para venganzas, como sucedió en el posconflicto de la segunda guerra mundial y la reciente de Yugoeslavia. La memoria es un mecanismo subjetivo, con trazos emocionales muy humanos. No así la historia que tiene métodos científicos y académicos. No está hecha para repetirla ni para vindicta. Los historiadores emplean instrumentos de investigación acordes a su objeto de trabajo.
El filósofo Tzeran Todorov, recién desaparecido, a raíz de su visita a la Argentina, señaló: «La cuestión que me preocupa no tiene que ver con la evaluación de las dos ideologías que se enfrentaron y siguen teniendo sus partidarios; es la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad. Por eso puede ser utilizada por cualquiera de los grupos como un medio para adquirir o reformar una posición política”. Y agregaría: para no dar pábulo a otra guerra.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: febrero 21 de 2017