Sistema económico de la dictadura de Chávez supo arruinar a un país, que en recursos era rico como ningún otro.
La crisis venezolana me resulta francamente desconcertante. Semana a semana me repito: “Ya, la situación en Venezuela tocó fondo”. Pero lo cierto es que los hechos vuelven y me desmienten. En efecto, ver al país vecino desmejorar, verlo encontrar nuevos y más profundos fondos, es ahora una cuestión de paciencia.
La situación de nuestro pueblo hermano me duele. Las soluciones parecen ser todas a largo plazo y contienen en sus fórmulas grandes dosis de optimismo. El sistema económico que impuso la dictadura de Chávez supo arruinar a un país, que en recursos era rico como ningún otro en la región. Esto ha condenado a una generación entera de venezolanos, a la pobreza y al subdesarrollo.
Hoy toda América Latina prospera, a paso lento, pero prospera. Sin embargo, el país que estaba llamado a ser la potencia regional, por las bendiciones que su tierra ofrecía, se hunde en una miseria que difícilmente podemos dimensionar. El drama de la economía venezolana se ha convertido, ante el silencio cómplice de la región y de la comunidad internacional, en una verdadera tragedia humanitaria.
De acuerdo a la consultora ODH, lo que se adquiría en 2008 con un billete de 100 bolívares, ahora cuesta 30.000 bolívares. ¡Cifra escandalosa! Y es que la inflación diaria (¡diaria!) en Venezuela está sobre el 3%. Es más, y para dejarlo bien claro: la moneda venezolana ha perdido tanto valor y de manera tan rápida, que en el trascurso de 18 días los productos llegan a doblar su precio.
Algunas ciudades se encuentran hoy militarizadas en el vecino país. Mientras tanto, los saqueos continúan y el gobierno se corrige, se contradice y se ridiculiza. Hoy los 90 mil bolívares que sirven a los venezolanos como salario mínimo, no les bastan si quiera para la canasta familiar.
Y el billete de 100 bolívares, el de más alta denominación, será recogido y reemplazado como una medida para maquillar la inflación. Pero la medida no ha hecho más que generar caos entre los venezolanos.
Pero eso no es lo peor. Colombia, por su condición de país hermano y por los 2.219 kilómetros de frontera que comparte con la República Bolivariana, sufre de segunda mano la improvisación del gobierno de Nicolás Maduro, cuya mediocridad se evidencia en el contrasentido de sus soluciones.
Por ejemplo, cerrar la frontera con Colombia hasta el 2 de enero no servirá de nada a la economía venezolana, ni a la crisis de su productividad, ni a la escasez de medicamentos y de alimentos. Ni logrará que, mágicamente, se abastezcan los supermercados con un papel higiénico que, si hubiera, se compraría con un fajo de billetes.
El cierre y la apertura de la frontera colombo-venezolana es una medida irresponsable e ineficaz, que logra afectar de manera considerable el comercio de ambos países. Aunque lo cierto es que si la crisis venezolana sigue encontrando nuevos fondos, ya no importará comercialmente que la frontera se cierre. De todas maneras, a este paso, los venezolanos no tendrán ya con qué venir a comprar en Colombia.
La pregunta que nos queda como colombianos es: ¿Hasta cuándo guardará silencio el gobierno de Juan Manuel Santos? ¿Si ya avanza en el Congreso la implementación de los acuerdos de paz, con qué excusa ahora pecamos por omisión frente a nuestros hermanos? ¿Qué tendrá que pasar al otro lado del puente de Bolívar, para que asumamos la responsabilidad que nos corresponde como país hermano, con el pueblo venezolano, y levantemos una voz de protesta?
¿Qué debemos hacer por nuestros municipios de frontera? Hacer algo sería ya mucha gracia. ¿Qué tendrá que pasar para que Venezuela pueda, efectivamente, recuperar el camino? Para mí el primer paso resulta obvio, se cae de Maduro.
@Tatacabello