El asunto es más serio y complejo que sentar a Uribe y a Santos al frente de Francisco el Papa.
Todas las plumas y las cámaras han estado enfocadas a la visita oficial que realizaron Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos al Jefe del Estado Vaticano y Sumo Sacerdote de la Iglesia Católica, hace apenas unos días. La mayoría de los comentarios tienen sabor de crónica, pues dedican su “rastrología” a narrar el viaje, los regalitos, los comunicados, las afujías y carreras para cumplir la cita, etc.
El problema de fondo es que no se trata de un asunto religioso y mucho menos de perdón y reconciliación entre dos personajes importantes de la vida institucional colombiana. Dada la figura papal, pareciera ante los millones de creyentes de este país, que el pontífice Francisco estuviera ejerciendo su labor de párroco que busca resolver la presunta “enemistad” entre dos ovejas descarriadas y llevarlas nuevamente al corral de la “paz” interpersonal. Y seguramente muchos ciudadanos podrán haberlo interpretado así, como un acto de atracción del Papa que quiere el dudoso bien de la amistad y la fraternidad para dos ilustres compatriotas nuestros.
El asunto es más serio y complejo que sentar a Uribe y a Santos al frente de Francisco el Papa, como dos colegiales regañados, para que vuelvan al patio de recreo con el morral limpio de la carga emocional de estar disgustados, bravos, como decimos coloquialmente. El asunto es político y tiene relación con el concepto del Estado y del poder. Es la salud de la república y el destino de las libertades emergentes de una estructura filosófica liberal y democrática. No se trata, Su Excelencia Papal, de mirarse feo al paso del uno o del otro.
El Señor Santos está replanteando una serie de medidas legales que cambian la Constitución Nacional a raíz de un proceso de negociaciones con una guerrilla de seis mil combatientes y que con sus militantes clandestinos puede alcanzar a veinte mil. Santos despoja al Congreso de sus atribuciones, o mejor, el Congreso entrega sus responsabilidades constitucionales al Presidente para que ponga en marcha una serie de decretos-leyes que le permitirá a la guerrilla incorporarse a la vida democrática para luchar contra la democracia, mediante privilegios legales concedidos por Santos. Las Cortes también están infectadas de los propósitos del Presidente Santos. “La Constitución y la ley no serán obstáculos para la paz”, ha dicho un solemne magistrado, sin réplica alguna de la magistratura.
Uribe se opone a estas concesiones y por el contrario, rechaza la nueva conformación de un sistema de justicia especial paralela que juzgará a los guerrilleros, los podrá condenar, pero los exime de purgar la pena intramural o en condiciones de restricciones válidas de libertad. Ese aparato judicial tendrá capacidad persecutoria, además, contra militares, civiles y religiosos por fuera del orden normativo. Uribe también se opone a que el acuerdo con la guerrilla sea incorporado a la C.N.- Pero Uribe no es Uribe, sino un partido, el Centro democrático, más un conjunto de líderes políticos y religiosos de distintas militancias y que han ganado un plebiscito.
De este tamaño son las cosas, Su Santidad. No de poca monta ni se pueden resolver con consejos doctrinarios y en español corriente. Quizás no le contaron sus amigos o consejeros que el tema atañe a la totalidad de los 49 millones de colombianos. Por lo tanto es de la mayor importancia política nuestra. Por ello resérvese para un momento más oportuno y no se deje tramar que este problema no se arregla con padrenuestros, porque estamos debatiendo, en el espacio de lo político, con un Presidente en ejercicio, que acude a la trampa y es capaz de engañar a los ángeles y a los arcángeles. Y a un argentino también.
Jaime Jaramillo Panesso