Para aplacar esas inquietudes el gobierno y las Farc han dicho que con esas menciones no se trata de imponer la ideología de género, sino de proteger a la mujer y garantizar los derechos de los LGTBI, como si los mismos fuesen tema del conflicto armado que se ha pretendido resolver con el Acuerdo Final.
Pero las declaraciones que dio Humberto De La Calle en defensa de la inclusión de esos más de cien textos en el Acuerdo Final muestra a las claras que ello obedece a los dictados de la mencionada ideología. Dijo, en efecto, que él considera obvio que nadie nace hombre o mujer, sino que la orientación sexual es producto de la cultura y no coincide necesariamente con la configuración corporal del sujeto.
Esta es una de las premisas fundamentales de la ideología de género. En consecuencia, según la exégesis del jefe de negociadores del gobierno, lo que se pretendía era darles carácter supraconstitucional a unos textos inspirados directamente en tal ideología.
Lo anterior se corrobora con lo que han manifestado las Farc acerca de su adhesión a los postulados del marxismo-leninismo y las ideologías emancipatorias que de ahí se derivan. Esas ideologías hacen parte en buena medida de lo que ahora se denomina marxismo cultural, que está directamente relacionado con el feminismo radical y la promoción de los intereses del colectivo LGTBI.
Sobre el asunto hay abundante bibliografía que puede consultarse fácilmente en internet.(Ver Marxismo cultural Ramón Copa).
Nadie que goce de una mediana formación cultural acorde con los tiempos que corren discute sobre la necesidad de que el ordenamiento jurídico y, en general, las políticas públicas se ocupen de mejorar la condición de la mujer y de corregir injusticias ancestrales que padecen las personas de orientación sexual diferente que se engloban bajo la sigla LGTBI.
Pero alrededor de estos tópicos surgen cuestiones disputadas que, de hecho, se inscriben dentro de los grandes temas de debate público en la actualidad, tales como la naturaleza de la institución familiar, el aborto, los derechos de los padres, la educación sexual y otros por el estilo, que tienen que ver con lo que en general se considera que es el ámbito de las costumbres privadas.
Hay un vigoroso activismo que aspira a imponer una profunda revolución cultural que cambie de raíz todo el ordenamiento social concerniente sobre todo a la sexualidad y, por supuesto, las ideas que a lo largo de siglos e incluso de milenios lo han inspirado.
Ese activismo obra en todas las latitudes y se pone de manifiesto en presiones que se ejercen sobre legisladores, gobernantes, jueces, educadores, responsables de servicios sociales, periodistas, religiosos y hasta empresarios, a punto tal que llega a pensarse que está animado por una tendencia totalitaria que trata de imponer por todos los medios a su alcance sus prospectos ideológicos.
Esos prospectos incluyen, a no dudarlo, la destrucción de la familia y la moralidad tradicionales, que se consideran como instrumentos de dominación y, por ende, de alienación, en el sentido marxista, de los individuos. El resultado a que se aspira es la emancipación de cada individuo respecto de todo lazo que limite su libre arbitrio, especialmente en lo que a las esferas de la afectividad y la sexualidad concierne.
Como los adultos, para bien o para mal, ya estamos condicionados por las creencias tradicionales, la revolución cultural se aplica a erradicarlas desde la niñez misma. El gran instrumento para llevar a cabo esta empresa es la educación sexual, de la que se pretende excluir a los padres y a los educadores, especialmente los religiosos. Los contenidos de esa educación sexual tratan de imponerse no solo en los establecimientos públicos, sino también en los privados, a partir de la más tierna infancia. Se busca con ello que las nuevas generaciones adopten una cultura sexual radicalmente distinta de la que hasta ahora ha predominado en las sociedades.
En los Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, en Suiza, en Escandinavia, en Francia, en España, etc., la izquierda ha tratado de imponer de grado o por fuerza estas orientaciones. Hay una verdadera persecución contra quienes descreen de las mismas, tal como lo denunciaron hace poco en carta a Obama los representantes de los principales credos religiosos de los Estados Unidos.
Sería demasiado prolijo entrar en los detalles de estos procesos destructores de la civilización, que promueven a través de la normatividad jurídica la erradicación de la moralidad que le ha servido de sustento, con miras a imponer un orden libertario cuyos efectos para el futuro de la especie humana son muy inciertos.
Hay dos libros que advierten seriamente sobre los peligros que se ciernen en torno de la destrucción de la familia y los cambios que buscan imponerse en los paradigmas sexuales. Se trata de «Family and Civilization», de Carle C. Zimerman, y «The Global Sexual Revolution: Destruction of freedom in the name of freedom», de Gabriele Kuby.
A los que opinan a la ligera sobre estos temas, como el señor De La Calle, les convendría darles unas miradas a estas publicaciones, que no son de aficionados ni diletantes.
Lo del enfoque de género no es, pues, asunto fácil de digerir, pues tras el mismo anida toda una ideología que dice nutrirse de elementos pretendidamente científicos y, por ende, teóricos, que son harto discutibles.