Habíamos advertido la posibilidad del conejo y se dio uno monumental. No somos Venezuela, pero nuestros gobiernos se parecen tanto.
En la sentencia que declaró la constitucionalidad del plebiscito, la Corte sostuvo que “en tanto la decisión de los ciudadanos es expresión de la soberanía misma, no puede ser desconocida por el Presidente”. Añadió que “las consecuencias de la decisión del pueblo convocado en plebiscito […] en modo alguno pueden comprenderse como una mera sugerencia, sino como mandatos derivados del contenido y alcance del principio de soberanía popular”.
Ocurrió que el dos de octubre el NO obtuvo una victoria heroica, contra todos y contra todo. Como el pueblo soberano rechazó el acuerdo, y de conformidad con la Constitución tal decisión “es obligatoria”, ese pacto no tiene “legitimidad democrática” y se generó la “imposibilidad jurídica para el Presidente de adelantar su implementación”.
Ahora, en su sentencia, la Constitucional abrió una puerta a “la posibilidad futura [de] que se someta a consideración del Pueblo un acuerdo distinto”. Como la única respuesta legítima a la manifestación de la voluntad popular expresada en el plebiscito es otro pronunciamiento de similar entidad, la Corte dijo que un nuevo acuerdo debería ser sometido a “refrendación popular”. Es decir, o plebiscito o referendo.
Sin embargo, por debilidad, por incompetencia o por temor, o porque lo que pactó originalmente le parece lo mejor para el país, como lo dijo tantas veces antes del dos de octubre, el gobierno no negoció un nuevo pacto con las Farc.
En realidad, Santos no quiso hacerlo. Así lo reconoció Yesid Reyes, negociador gubernamental, cuando sostuvo que “hay un consenso entre la delegación de la guerrilla y la del gobierno para tratar cualquier reforma que no suponga afectar la estructura del acuerdo. Tiene unos pilares fundamentales que costó mucho edificar”.
No se trata entonces de que se hicieran muchos o pocos cambios cuantitativos en el texto. Es que llana y simplemente no es un acuerdo nuevo porque “la estructura del acuerdo”, “los pilares fundamentales”, se mantuvieron intactos. A confesión de parte, relevo de pruebas, decimos los abogados.
Al no negociar un nuevo acuerdo, Santos perdió la oportunidad de oro de, por un lado, acabar con la polarización social y política a la que nos ha conducido desde la campaña del 2014, donde dividió el país entre “amigos” y “enemigos” de la paz y, por el otro, alcanzar un gran acuerdo nacional que asegurara, éste sí, la sostenibilidad del pacto con la guerrilla.
Así las cosas, como el viejo acuerdo fue rechazado, si se sometiera a un nuevo plebiscito ese mismo acuerdo retocado sería irrespetar el resultado del primero. Aquel lo inventaron para evadir el referendo, y con la cancha totalmente desnivelada a su favor y todas las reglas diseñadas para ganarlo, perdieron. Intentar otro sería repetir el partido, otra vez con todo a su favor, para ver si esta vez si ganan.
Pero ese escenario es menos malo que el actual que es, de lejos, mucho peor: el perdedor ha decidido imponer a la brava el acuerdo rechazado. Santos no solo dinamita cualquier posibilidad de acuerdo nacional sino que termina aliado con los asesinos para someter a los que les ganaron el plebiscito.
Como saben que en un nuevo serían otra vez derrotados, él y sus nuevos amigotes pretenden que el mismo Congreso que fue derrotado en las urnas en octubre se encargue de “refrendar” el viejo texto retocado. Después del plebiscito no cabe duda de que el Congreso no refleja la voluntad popular en relación con los acuerdos con la guerrilla. ¿Habrá que recordar que el 85% de los parlamentarios estaban con el SÍ?
En fin, el gobierno y las Farc han decidido ir por el Congreso para que ni siquiera el pueblo pueda pronunciarse. Ni el parlamento, a decir verdad, porque el presidente del Senado ya reconoció que ahí el acuerdo ira “pero no para hacerle un debate ni tomar ninguna decisión”. Es decir, no habrá refrendación ni discusión ni análisis ni nada. Será una farsa y solo harán de firmones, como ahora les gusta.
La cobardía no tiene nombre. Tampoco lo tiene la burla a la voluntad popular, a la democracia.
Habíamos advertido la posibilidad del conejo y se dio uno monumental. No somos Venezuela, pero nuestros gobiernos se parecen tanto…
Rafael Nieto Loaiza