Vale la pena que hagamos un alto en el camino para reflexionar sobre el futuro incierto de nuestra democracia.
Hace más de un mes, los colombianos que concurrimos a las urnas para atender el llamado que se nos hiciera para participar en el plebiscito a través del cual debía decidirse si se autorizaba o no al gobierno implementar los acuerdos suscritos con la organización terrorista de las Farc. El veredicto de la mayoría es por todos conocido.
La voz de quienes ganaron debe respetarse, así como también debe ser oída la de aquellos que perdieron. No se trata de que el que ganó aplaste al perdedor, porque eso no es democrático. Pero lo que está sucediendo es en extremo preocupante: el gobierno y las Farc preparan el terreno para desconocer el resultado del plebiscito e imponer, a través de trampas y marrullerías, un nuevo acuerdo que en el fondo es igual al que fue rechazado.
Digámoslo de manera clara: el acuerdo que Santos y Timochenko firmaron con toda la pompa posible en Cartagena, no existe. Y vayamos más allá: esas 297 páginas son letra muerta porque así lo decidió el pueblo colombiano.
Mal hace el presidente de Colombia, que además es Nobel de Paz, al decir ante un parlamento extranjero que la oposición ganó haciendo trampas. Santos que llegó al poder a través de los canales democráticos establecidos y pudo relegirse en un certamen electoral bastante cuestionable, debe ser respetuoso de las victorias en franca lid de quienes se le oponen a su fallido gobierno.
Perdió porque la mayoría de colombianos rechazamos que nuestra República sea entregada en bandeja de plata a un grupo terrorista. Santos perdió porque seis y medio millones de colombianos que queremos la paz, no estamos de acuerdo con que ella se edifique sobre la deleznable base de la impunidad.
Queremos y anhelamos la paz y por eso desde el mismo instante en que se decretó la victoria del NO hemos buscado la manera de construir un gran acuerdo nacional del que emane un nuevo documento de paz que satisfaga a la mayor cantidad de colombianos posible.
Ha dicho el presidente Uribe que si se logra un acuerdo consensuado que corrija aquellos elementos que la mayoría de colombianos rechazó, la implementación de éste en el Congreso de la República contará con el respaldo de la bancada del Centro Democrático.
Y así debe ser. La paz la debemos construir entre todos los colombianos para que esta sea estable y duradera. Pensar en una paz hecha a la brava y firmada en contra de la voluntad de la mayoría es, cuando menos, insensato e impolítico.
Santos está afanado por llegar a Oslo el próximo 10 de diciembre a reclamar su Nobel de Paz con un acuerdo bajo el brazo. A él solo le importa que en la fotografía, junto a su medallita del Nobel esté el tratado de paz. Poco le angustia que por cumplir con su cometido el país quede social y políticamente sumido en una profunda; él tiene claro que una vez termine su periodo presidencial (si es que no renuncia antes de 2018) se irá de Colombia y tal vez nunca vuelva a pisar estas tierras.
No podemos permitir que nuestra democracia resulte herida de muerte por cuenta de la insaciable vanidad de Juan Manuel Santos. Él debe respetar el resultado del plebiscito, entender que el proceso de paz solo se puede salvar si se redacta un nuevo acuerdo que incorpore todas y cada una de las exigencias que tiene la mayoría del pueblo colombiano, como es la no impunidad y la no elegibilidad inmediata de los responsables de delitos de lesa humanidad, entre muchos otros aspectos.
Por lo pronto, vuelvo a hacer el llamado de hace algunos días: hagamos respetar nuestro voto, hagamos respetar el resultado de las urnas, hagamos respetar la voluntad de los colombianos.
@MargaritaRepo