Santos desconoce al principal sector de la coalición del NO, para hacer trampa y violentar el resultado del plebiscito.
El futuro de la paz debe estar desprovisto de personalizaciones. Los aliados del gobierno que a su vez son enemigos a muerte del uribismo, se han dado a la tarea de vender la peregrina y fantasiosa tesis de que el proceso de paz puede seguir adelante “sin Uribe”, como de alguna manera ha dado a entender la revista Semana, medio que ha hecho tránsito a “diario oficial” durante los 6 largos años del actual gobierno.
No. Este no es un asunto de personas, sino de posiciones ideológicas y de respeto por el veredicto arrojado por la democracia. 6.5 millones de personas votaron por el NO en el plebiscito. El grueso de ellas lo hicieron siguiendo los argumentos y el liderazgo del presidente Uribe. ¿Cuántos? Eso no lo sabe nadie, pero de necios sería pretender hacer creer que Uribe puso 300 mil votos del total de los obtenidos por el NO.
Aquello no significa que se aspire a que el gobierno única y exclusivamente se entienda con el uribismo, dejando por fuera a los demás ilustres ciudadanos que le hicieron campaña al NO. Esto, para que en efecto funcione, debe ser incluyente, no excluyente. Todos los sectores deben ser oídos y ponderados de acuerdo a la realidad política del país.
Como en su momento publicaron LOS IRREVERENTES días antes de que tuviera lugar la votación del plebiscito, en el avión presidencial Santos le dijo a “Ñoño” Elías que le sacaría más de un millón de votos a Uribe, con lo que esperaba sepultar la carrera política del expresidente. Las cosas no salieron como él esperaba; Uribe le ganó, hecho que hirió su infinita vanidad.
Santos debe comprender que del brete en que se encuentra Colombia no se sale dándole codazos al liderazgo del principal jefe de la oposición. Al contrario. Debe sentarse, aceptar que fue derrotado y buscar el canal para una concertación que desemboque en un acuerdo nacional del que emane un nuevo documento que facilite una paz que goce del respaldo de todo el país.
Todo indica que Santos va a imponer, a las malas, el acuerdo que fue improbado el 2 de octubre, introduciéndole unos ajustes menores y cambios puramente cosméticos. Como en su momento dijo el exembajador Miguel Gómez Martínez: “esto no es cuestión de cambiar el tamaño y el tipo de letra del acuerdo”.
Una decisión en ese sentido traerá consecuencias nefastas. Polarizará aún más al país y en el mismo equipo del gobierno, personas cercanas a Santos, han manifestado que no estarían de acuerdo con un “conejo” por parte del presidente de la República quien a pesar de las advertencias elevadas por sus más confiables consejeros parece estar dispuesto, una vez más, a hacer lo que le dé la gana.
Firmar un acuerdo a los trancazos, sin tener en cuenta las razones reales por las que Colombia mayoritariamente votó NO el 2 de octubre ahondará la crisis política, radicalizará las posiciones y hará mucho más difícil la sostenibilidad del proceso de paz.
Empiezan a sonar voces que otrora parecían “casadas” con el proceso de paz, sugiriendo que efectivamente el acuerdo debe ser modificado en aspectos puntuales. La recomendación de la Corte Suprema de Justicia sobre los asuntos que deben ser cambiados en el denominado Tribunal Especial de Paz, no puede ni debe ser echada en saco roto.
Lo mismo sucede con las críticas que en días recientes ha hecho el vicepresidente Germán Vargas Lleras quien planteó que en la jurisdicción de paz no pueden participar extranjeros, tal y como estaba previsto en el acuerdo que fue derrotado en las urnas.
Si lo que Santos en efecto quiere es una paz estable y duradera como ha dicho desde que se sentó a conversar con la banda terrorista de las Farc, debe entender que en la construcción de esta tienen que participar todos los sectores, sobre todo aquellos que representan a la mayoría del pueblo colombiano. Si al presidente le quedan dudas sobre la representatividad que ha sido depositada en manos del expresidente Uribe, bien vale que revise los resultados electorales recientes, porque la “mermelada” es incierta pero los números no mienten.
Ahora bien, si Santos insiste en forzar las cosas, violentando el resultado del plebiscito para hacerle un conejo a la sociedad colombiana, todo para poder llegar a reclamar su Nobel de Paz con un acuerdo finiquitado, corresponderá entonces adelantar el inicio de la campaña presidencial con miras a recuperar el poder en 2018 y recomponer el daño que Santos le causará a la democracia colombiana.
@IrreverentesCol