Hace unos meses, los británicos se manifestaron a favor de que su país saliera de la Unión Europea. Dicha votación trajo consigo consecuencias económicas y políticas. El Primer Ministro, David Cameron, que lideraba el NO, asumió la responsabilidad como correspondía presentando renuncia inmediata al cargo y semanas después protocolizó su dimisión a la Cámara de los Comunes.
La decisión del pueblo que él gobernaba, que no siguió sus indicaciones, acabó con su carrera política.
Juan Manuel Santos se jugó el todo por el todo en el proceso de paz que adelantó con la guerrilla terrorista de las Farc. Su gobierno ha abandonado todos los asuntos de Estado y su agenda se signó por los vaivenes de la negociación en la isla de los hermanos Castro.
Hace unos días, protagonizó un espectáculo en Cartagena con ocasión de la firma de los acuerdos. Para él, la votación del plebiscito era un hecho de puro trámite, pues todos los sectores, incluida la oposición, creían que la aprobación popular de los acuerdos estaba asegurada. La invasión publicitaria, el unanimismo mediático y la maquinaria política, sumados todos estos factores al proselitismo armado de las Farc, permitían intuir que el SÍ ganaría por un amplio margen.
Pero la voz del pueblo se hizo sentir (puede leer “Colombia grita NO”) y el resultado en las urnas dejó gravemente lesionada la gobernabilidad del presidente de Colombia quien, además, tiene un muy bajo nivel de popularidad.
En noviembre del año pasado, en una entrevista concedida a la BBC de Londres, Santos dijo que en caso de perder la refrendación de los acuerdos “estaría en serias dificultades”. A la pregunta del periodista que inquirió si renunciaría, el gobernante dijo “sí”.
La gobernabilidad de Santos ha quedado en una situación irreparable razón por la que debe asumir el costo político y separarse de la presidencia de la República. Colombia le ha dicho NO a los acuerdos de La Habana, pero también le ha dicho NO a su errático y fracasado gobierno.
De seguir al frente de los destinos de la nación, la polarización que se vive en Colombia se profundizará, haciéndole un gran daño a la democracia.
Santos debe entender que él iba por un camino y el país va por otro muy distinto. Mientras él y su corte palaciega creían ciegamente que Colombia se entregaría a su proceso de paz, el resultado arrojado por las urnas se constituye en una bofetada a su arrogancia y soberbia.
Santos es una persona egocéntrica. No gobierna para Colombia sino para satisfacer sus vanidades personales. Creyó que entregándole el país a la guerrilla de las Farc era suficiente para que el gobierno noruego lo premiara con el Nobel de paz que es en el fondo su sueño dorado. Despreció a la oposición, se burló de sus reclamos, dijo que él hacía lo que «le da la gana». Pues bien, los colombianos, silenciosamente también hicieron lo que les dio la gana y lo derrotaron en las urnas.
Presidente Santos, como acertadamente dijeron a comienzos del siglo XVIII los “whigs” británicos, Vox Populi, vox Dei. El pueblo habló y usted debe entender el mensaje: ¡Renuncie!
Vargas Lleras, el otro gran perdedor
El vicepresidente Germán Vargas Lleras calculó mal. Claramente estaba en desacuerdo con el pacto de La Habana, pero creyó que sumándose al SÍ obtendría réditos políticos de cara a las elecciones de 2018 en las que él aspira a ser un jugador con altas probabilidades de éxito.
A pesar de que en los departamentos de Colombia en los que Cambio Radical, su partido, tiene mayorías el SÍ ganó, el coletazo de la derrota del gobierno lo afecta y pone a su candidatura en peligro.
Vargas Lleras ha sido toda su vida un político de centro-derecha. Jugó mal sus cartas. Fue oportunista y pensó que podría convertirse en el heredero de la victoria del SÍ. Ahora que han perdido, él debe ser corresponsal de la derrota y asumir el costo que le corresponde.
En política, el “hubiera” no es muy útil, pero si el vicepresidente Vargas se hubiera sumado al NO, hoy tendría la presidencia de la República al alcance de sus manos.
La gran lección de este proceso plebiscitario es que las maquinarias, los ríos de dinero y la manipulación no son suficientes para contener el verdadero sentir popular. Desde siempre se ha sabido que la sociedad colombiana estaba insatisfecha con los asuntos que estaban negociándose en Cuba. El gobierno despreció las opiniones de la oposición y ahora tendrá que asumir las consecuencias.
Que Santos y sus áulicos no crean que acá no ha pasado nada. La fractura política es monumental y la gobernabilidad del Ejecutivo ha quedado destrozada.
@IrreverentesCol