“Va a ganar el «SÍ». Por eso no estoy preocupado por el Plan B. No tomaría semejante riesgo. Yo podría haber negociado esto sin la refrendación, pero la refrendación es algo democrático, legitima mucho más un acuerdo” dijo el presidente Santos días antes del plebiscito. Y agregó que “si gana el «NO», nos devolvemos a lo que teníamos hace seis años”.
Uno, el Presidente tomó el riesgo y debe asumir las consecuencias: como David frente a Goliat, el pueblo, en contra de todo, no aprobó los acuerdos celebrados con las Farc y estos perdieron cualquier legitimidad. Ese resultado obliga al Presidente. Desconocerlo dinamitaría la democracia.
Dos, Santos fue quien escogió el plebiscito como mecanismo de refrendación, fue él quien cambió a su antojo las reglas de juego, redujo el umbral hasta hacerlo de mentiras, consiguió que permitieran la participación de funcionarios en política en contra de la prohibición constitucional, impidió que hubiera financiación pública de la campaña del NO, uso bienes públicos para el SÍ, auspició la publicidad tramposa y chantajeó a alcaldes y gobernadores con un uso descarado del presupuesto. Su obligación era tener un plan B si perdía. No tenerlo es una irresponsabilidad. No puede alegar que estaba “absolutamente convencido” de ganar.
Tres, contrario a lo que el Presidente y los del SÍ habían sostenido, el triunfo del NO no ha significado ni el regreso a la “guerra” ni devolverse “a lo que se tenía hace seis años”. Como advertimos antes del dos de octubre, las Farc no quieren volver al monte.
Cuatro, Santos dijo que si “la gente dice no me gusta [el acuerdo con las Farc], entonces no hay trato”. Con la negativa ciudadana, los promotores del NO hubieran podido decir simple y llanamente que los acuerdos murieron. En cambio, proponen su renegociación. Hoy ese es el plan B. Es el mejor camino. Y esa renegociación no puede limitarse a unos “ajustes” y “revisiones” menores, a cambios cosméticos. Maquillar los acuerdos es hacerle trampa a la democracia. Tienen que abordarse los temas sustantivos que llevaron a que el No triunfara, desde la impunidad para crímenes internacionales hasta los elementos de la ideología de género incluidos en los acuerdos.
Quinto, el triunfo del NO es una oportunidad de oro: tanto Santos como los defensores del SÍ han reconocido que el acuerdo con las Farc “no era perfecto”. Es decir, que en el mismo hay elementos indeseables y perfectible. De eso se trata la renegociación: de eliminar lo que no debería estar ahí y cambiar y mejorar lo que podría ser perfectible.
Sexto, más aun, el triunfo del NO es la oportunidad de cerrar la polarización política y social generada por la manera en que el gobierno manejó el proceso con las Farc y por el contenido de los acuerdos. Ahora es posible cerrar esas heridas y conseguir la unidad nacional republicana. Por supuesto, eso solo se consigue si el gobierno asume con seriedad los planteamientos del NO y los recoge en el nuevo acuerdo con las Farc.
Séptimo, para la guerrilla el triunfo del NO es una derrota sustantiva, porque el acuerdo les concedía beneficios y premios que no tiene ningún ciudadano y porque se cayó su pretensión de que quedara en la Constitución su plataforma política, reflejada en los acuerdos. Pero la renegociación le permitirá obtener la verdadera sostenibilidad y la seguridad jurídica de lo acordado. La sostenibilidad y la seguridad no dependen de supuestos “blindajes” que eran tramposos, sino del apoyo ciudadano y político a lo acordado.
Octavo, el acuerdo así renegociado tendría el respaldo de la inmensa mayoría de los ciudadanos, cesaría la polarización y uniría a la sociedad. Y después nos permitirá hacer política sin girar una y otra vez sobre las Farc. Nos podríamos dedicar, ahora sí, a abordar sin distracciones las otras grandes plagas del país: el narcotráfico, la corrupción y la pobreza.
El país, de la mano del gobierno, camina por el filo del abismo. De Santos depende que haya una sociedad unidad o que, si desconoce de facto el triunfo del NO en el plebiscito, nos despeñemos.