Si Pékerman decidiera dejar la selección, Reinaldo Rueda debería ser el técnico. Tiene la experiencia para manejar a los jugadores.
Como el fútbol, nada hay en el mundo. Nada, absolutamente nada se le compara. No, por supuesto, otros deportes, más locales, menos globales, como el béisbol tan popular en Estados Unidos o el ciclismo entre nosotros. Ni el cine, ni la música, ni, mucho menos, la religión o la política. Si la FIFA reúne en su seno 211 asociaciones nacionales, en las Naciones Unidas apenas 193 estados son miembros. En el fútbol se integra las generaciones, las razas, las religiones, los sexos, las clases sociales. Detrás del balón coinciden el niño, el padre y el abuelo, mujeres y hombres, negros, blancos, orientales, católicos, judíos, musulmanes y ateos, ricos y pobres, sin distinción. Todos se confunden en la pasión de la camiseta nacional y del escudo del equipo local. Laten al unísono con el pase exquisito y brincan de emoción con el gol.
Hoy, en la globalización, los futbolistas y los técnicos de más renombre tienen más fama y sus actos más repercusión que el de los jefes políticos, los actores, los cantantes. Cristiano Ronaldo, Pep Guardiola, James, son ejemplo y guía de millones. Por eso, por el efecto global y masivo del fútbol, las sumas que ganan son multimillonarias.
Colombia fue quinta en el mundial de Brasil y hoy es tercera en la clasificación de la FIFA. Y el Atlético Nacional acaba de ganar la Copa Libertadores, el más importante torneo suramericano y el segundo torneo de clubes más importante del mundo después de la Champions europea. Confieso que no soy hincha del equipo paisa. El mío es Millonarios. Una herencia de mi abuelo que, desde muy chico, me llevaba de su mano al Campín. Y como fanático que soy, lo acompaño en las buenas y en la malas, más malas que buenas desde hace algunos años, sin desmayo. Pero el Nacional merece un reconocimiento. Es un ejemplo de hacer bien las cosas. Una grupo empresarial comprometido, una gerencia impecable, planificación a mediano y largo plazo, inversión en la cantera y las divisiones inferiores, apuesta por jugadores y técnicos nacionales, metas ambiciosas. Juegan muy bien al fútbol y da gusto verlos. Y el trabajo que empezaron hace años lo cosechan ahora. Solo le falta un estadio propio para que entre a la lista de los grandes clubes del mundo.
Ojalá el grueso de los equipos siguieran ese ejemplo. Tras la época innombrable de Luis Bedoya, comprometido hasta los huesos en los sobornos de la vieja Conmebol y hoy colaborando con las autoridades norteamericanas, el nombramiento de Ramón Jesurún en la Federación es una oportunidad para hacer e impulsar los cambios indispensables para borrar de tajo cualquier asomo de ilegalidad y para modernizar la estructura del fútbol colombiano y de la mayoría de sus clubes.
La Conmebol y la FIFA, que eran unas pocilgas, unos aquelarres de corrupción, conciertos para delinquir institucionalizados, están en la tarea. A Jesurún hay que apoyarlo en su esfuerzo.
Por cierto, si por una razón cualquier Pékerman decidiera dejar la selección, Reinaldo Rueda debería ser el técnico nacional. Tiene la experiencia internacional, la madurez, la humildad, el trato respetuoso, la capacidad para manejar el grupo de futbolistas y sus egos y para sacar lo mejor de ellos. Y es transparente y honesto. Paraguay, que le ha ofrecido ser su seleccionador, no debe ser su destino. Pékerman nos ha entregado mucho. Necesitábamos un técnico extranjero con conocimiento y que rompiera las roscas de agentes, periodistas y dirigentes, y convocara a la selección a los mejores. Pero el tiempo de Rueda, que también tiene carácter y sabe trazar la raya, se acerca.
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Algunos ciudadanos hemos enviado una carta a los expresidentes Pastrana y Uribe y a otras personalidades nacionales invitándolos a conformar un frente para la defensa de la democracia republicana. No es momento de personalismos ni de consideraciones electorales o partidistas. Es el momento de la unidad. En próxima columna espero profundizar la idea y sus perspectivas de desarrollo.