Reapareció la ex candidata Ingrid Betancourt luego de muchos años de ausencia. Poco se supo de ella luego de que hubiera sido liberada, valga recordarlo, por el gobierno del presidente Uribe gracias a una operación militar liderada por el general Mario Montoya quien, en vez de ser premiado y aplaudido por su gallardía, está a punto de terminar preso. Así le paga Colombia a sus héroes.
Una vez recuperó su libertad, salió corriendo a Francia. Desde allá le dio poder a un abogado picapleitos para que demandara al Estado por haber “permitido su secuestro”. Aquella reclamación administrativa despertó la ira de los colombianos. Resultaba incomprensible que la señora Betancourt aspirara a que, con plata del erario, se le indemnizara por los largos años que estuvo en poder de la guerrilla.
Nada justifica el secuestro de que fue víctima, pero no está de más refrescar la memoria de los lectores: Íngrid Betancourt fue imprudente el día de su plagio. Miembros de la Fuerza Pública y el gobierno de la época le advirtieron que las circunstancias de seguridad del momento no permitían que emprendiera el viaje por carretera entre Florencia y San Vicente del Caguán, en el Caquetá.
Ella, soberbia y altiva, hizo oídos sordos de las alertas oficiales. A los pocos kilómetros su vehículo cayó en un reten ilegal. El resto de la historia es de amplio conocimiento público.
Durante estos años de lejanía estudió teología en Oxford y se dedicó, merecidamente, a estar con los suyos. Al fin y al cabo, las heridas de un secuestro tan prolongado no cicatrizan fácilmente.
Colombia ya había olvidado a Ingrid Betancourt. Era parte de nuestro pasado político, hasta que apareció esta semana brindando unas declaraciones destempladas y, a todas luces, oportunistas.
Incoherente. Esa es la palabra que podría resumir el nuevo discurso de la reaparecida Ingrid. Resulta difícil de comprender su tesis de que quienes se oponen a la paz, lo hacen porque no han sufrido la guerra. Llama la atención el reduccionismo con el que la doctora Betancourt trata a quienes no están de acuerdo con la manera como se lleva el proceso de paz de La Habana.
El asunto es de fondo. Las críticas no se le hacen a la búsqueda de la paz, sino a la manera como se está tranzando la paz. Difícilmente habrá un colombiano que diga que quiere seguir padeciendo los rigores del terrorismo. El punto de la discordia está en las concesiones que Santos le quiere dar a sus contertulios. El presidente cree que aquellas se constituirán en la base de una paz estable y duradera, mientras que quienes no estamos de acuerdo con él consideramos que una paz como la que está cocinándose será la cuota inicial de nuevas manifestaciones de violencia.
Permitir que los victimarios de ayer puedan ser los gobernantes de mañana, es repetir la victimización. Alguien que haya sufrido las agresiones de un determinado guerrillero, se sentirá nuevamente violentado si el Estado no solo no castiga penalmente a quien le causó dolor, sino que además lo convierte en su gobernante.
Por eso, somos muchos los que creemos que la paz será estable en tanto los responsables de la violencia que suscriban un acuerdo de paz, paguen penas de cárcel accesorias y sean vetados para acceder a cargos públicos. ¿Se imaginan lo que habría sucedido si como consecuencia del proceso de paz que hizo el presidente Uribe con las autodefensas se hubiera habilitado a personajes como Don Berna o Jorge 40 para aspirar a puestos de elección popular?
Ingrid Betancourt pavimenta su camino de regreso al país. En palabras suyas, dice que quiere volver a “abrazar a Colombia”. Si su plan es el de coadyuvar la impunidad y elegibilidad de quienes fueron sus victimarios, entonces lo que recibiremos de parte de ella, para recordar la célebre película de Ciro Guerra, será “el abrazo de la serpiente”.
@ernestoyamhure